dimecres, de desembre 31, 2008

¿DÓNDE FUERON LAS FLORES?


Ayer me crucé con dos hippies, y parecían de verdad. Quiero decir que no eran dos capullos disfrazados. Tendrían más de sesenta años, hablaban entre ellos en inglés, pieles muy morenas y envejecidas, muñecas y cuellos con abalorios variados, ropa salida de otro mundo. No sé qué se les habría perdido en una ciudad que está tan a la última idiotez como la nuestra.

Tengo muy poco de hippie. A pesar de eso, siempre me atrajo fuertemente no tanto el hippismo en sí -que también- sino todo lo que lo rodeó y significó. Me sigue fascinando la explosión casi desde la nada de un movimiento que dio la réplica y la vuelta a una serie de convenciones, de modos de vida incluso, que en algunos casos provenían directamente de una moralidad del medievo. O del infierno.

Y por supuesto me encanta la facilidad de literaturización de todo eso: el verano del amor, Allen Ginsberg y sus moviditas, Woodstock, las comunas, California, Berkeley, una música realmente prodigiosa que con seguridad torció la línea recta para siempre, utopismo a chorro, la elección de los colores como una fondo sobre el que vivir y que probablemente hoy nos cuesta entender cuánto significó, el sexo como arma de liberación, las drogas con su utilización candorosamente ingenua pero tan bienintencionada...

Cuando todo se hizo demasiado evidente y empezó una politización en realidad no real, o cuando llegaron los escándalos o los tarados tipo Charles Manson, los mejores o los más atrevidos optaron por la diáspora gloriosa: Estambul, Kabul, Katmandú, Lahore, las playas de Goa y las varillas de incienso como ofrenda única al más allá, mientras languidecían o se morían en esas u otras partes del camino entre recuerdos de juventud y sueños cumplidos a medias, muy a medias.


Felizmente su legado sobrevive en hábitos que llegaron para quedarse. Aunque en el fondo lo que suponía todo aquello -creo habérselo leído a Marvin Harris- era una revolución que en nada inquietaba a las estructuras de hierro del sistema, y es por lo que no se la combatió con excesiva ferocidad por parte de los de siempre. Sabían -son gente muy preparada: no lo olviden para la próxima- que todo aquel movimiento supuestamente contracultural llevaba dentro su propio veneno, y sólo era cuestión de tiempo. Pudo escandalizar a más de un padre, pudo dar una apariencia más o menos intensa de cambio o subversión, pero la propia esencia de inacción del movimiento -ese pacifismo a ultranza- en realidad lo desarmaba frente al orden establecido y frente a nuestra propia naturaleza. Para los que de verdad gobernaban y gobiernan el mundo y lo miran desde sus altas ventanas, el espectáculo no pasó de ser una fiesta ingenua y colorista, que en ningún momento puso en peligro -ni de lejos- los privilegios de unos cuantos.

Nunca una revolución fue en realidad más inocente o más inocua. Nunca más hermosa.

dijous, de desembre 25, 2008

CANCIÓN DE NAVIDAD


Nunca me gustó demasiado la Nochebuena. Uno es como le han hecho, y a estas alturas cambiar parece algo complicado. La tarde que la precede me sigue resultando extraña, con gentes apresuradas de aquí para allá y comercios que cierran más pronto de lo normal. Es como una tarde que se cierra en falso, algo inacabada. Y después la cena, con cierto protocolo que se da un aire como impostado. Quizás la culpa sea mantener el mismo escenario de tantas cenas de diario y hacer algo especial sin que el entorno físico lo sea especialmente.

De cuando niño recuerdo perfectamente la llegada de mis abuelos, a media tarde, cargados con parte de la cena, él con su selección de frutos secos o los langostinos y su mejor o único traje, con su eterno sombrero -"¡fa un fred que pela!"- y mi abuela con las manos que habían cocinado aproximadamente un millón de platos dispuestas para ayudar a mi madre con la cena.

Después todo transcurría como muy rápido. Más rápido en cualquier caso de lo que se suponía que aquel sarao debía durar. Sorprendentemente dábamos cuenta del botín en un visto y no visto -no sin ponderar los adultos en sus repetidos, eternos y algo cansinos comentarios la bondad o no de lo tragado-, y todo más o menos ya había acabado. Nunca fuimos de ir a misa -entrañable no costumbre que seguimos no manteniendo-, pero aquellos años míos de niño eran los de los dos únicos canales de televisión, y en la 2 -entonces bajo el inquietante acrónimo UHF- daban la del Gallo desde Roma, de cuya puntual visión, ya con sueño, me quedó un recuerdo francamente tristón, casi siniestro.

Después vinieron los años en los que la Nochebuena me gustaba porque era una gran noche para salir. Ahora que mi abuelo ya no está y mi abuela es apenas una sombra que sólo piensa y espera, me maldigo por la prisa que yo inducía para llevarlos a su casa en aquel descacharrado Ford Fiesta mío -dónde estarás, viejo camarada-, y no disfrutar con ellos más horas que en aquel momento no valoré en lo que valían. Pero entonces, cuando los dejaba en la calle Túria, se abría la noche con el esplendor que acostumbra a ciertos años, y hubieron unas cuantas Nochebuenas gloriosas en las que reunirnos todos a partir de cierta hora y aquellas primeras copas en Cavallers de Neu eran el preludio de una noche magnífica, con sus habituales dosis de borrachera, risas y búsqueda algo desesperada -lo importante es participar, amigos- de sexo.

Pero lo que siempre me gustó y aún me gusta es el día de Navidad. La mañana en la feria o en el Jardí Botànic, el habitual día frío pero muy soleado, la llegada a casa de los abuelos, los primos, aquel maravilloso jaleo, la sopa cubierta, la carne mechada, aquella inmensa macedonia de frutas, los turrones, los polvorones, las nueces -"quina ardor que tinc; trau, trau l´aigua de Vichy"- y lo mejor del día: las estrenas. Hacíamos la ronda de la mesa felicitando a los adultos y nos arreaban aquellos billetes casi míticos, nuevos y que olían a nuevo -mi padre lo tenía fácil: era bancario, que no banquero- sobre cuya cantidad final especulábamos como pequeños avaros entre nosotros mientras hacíamos cábalas acerca de cómo y en qué nos los machacaríamos.

Hoy nos toca cambiar de posición y daremos a los nuevos llegados -porque nos gusta y porque es de ley- sus primeras estrenas.

dissabte, de desembre 20, 2008

DE CARRERS I POETES


Omplir un imprés per a fer un Alta d´Autònom pot tindre curioses consecuències. Sobretot quan tens que buscar el codi postal del aspirant a Autònom a la voluminosa guia que conté tots els codis per poblacions i carrers.

Si tens el dia -per exemple- desficiós, pots deixar córrer la vista per la llarga nòmina de poetes que figuren com a tals per la llista de carrers de la ciutat. És una llista arbitrària, feta a colps d´excavadora, francament poc internacional, i amb moltes vergonyoses i il·lustres absències.

Per raons purament alfabètiques, s´inicia el recordatori etern amb els poetes àrabs de la terra: Aben al Abbar i Al Russafí. ¡Ah, si algú dels guardians de les essències coneguera de les veleitats sodomítiques del Russafí i cóm cantava les esbeltes cintures dels seus amants masculins en aquells mítics jardins de la mítica Russafa...! Segur que si s´enteren li lleven el carrer i tot, al pobret.

Respecte als que venen després, la immensa majoria són poetes del vernacle, dòcils en general i de tall àmpliament jocfloralesc, i la llista és llarga: Alberola, Altet, Cabrelles, Artola, Asins, Badenes, Liern, Llombart (este no massa dòcil, no), Llorente (¡el patriarca!), Mas i Ros, Monmeneu, Navarro Cabanes... Altre dels jocfloralescs, el poeta Querol, disfruta d´un carrer ample i cèntric (codi 46002), de famílies benpensants però amb poca memòria, i que probablement ni imaginen que l´insigne i valencianíssim poeta va titular el conjunt de la seua obra com Rimes Catalanes. Poca broma amb tot açó, perque si arriben a enterar-se, l´anatema està servit, i el carrer probablement per l´aire.

N´hi han poetes que han eixit clarament guanyant, i tenen més rellevància morts de la que vius no podien ni somiar. És el cas d´Emilio Baró (codi 46020), que ha esdevingut un dels carrers més coneguts de la ciutat, i del que ningú sap ni on paren els seus llibres. Molt prop d´allí, i al mateix codi postal, el poeta Carles Salvador té el seu carrer al cor del seu benvolgut Benimaclet. La quota de correcció política la cobreix (i de llarg: codis 46006, 46007, 46020 i 46026) el plorat Federico García Lorca. La d´incorrecció -eren altres temps- la donen dos poetes catalans: el beatífic Mossén Jacint Verdaguer (codi 46008) i l´homèric Joan Maragall (codi 46007).

Però algun regidor despistat o líric -qui sap si malalt per fer versos- va ser qui va donar a la llista de carrers el nom més poètic de tots, i que curiosament tanca la llista com un lleuger i emotiu homenatge a tots aquells que en algun moment han sentit la temptació de la forma més alta de literatura: carrer dels Poetes Anònims (codi 46020).


divendres, de desembre 12, 2008

MEMORIAS ANTICIPADAS




Cualquier domingo de un invierno que ya huele a primavera. La ciudad parece despertar definitivamente de su muy particular y modesto letargo, de ese invierno como de broma pero con algunos días de frío castigo. Puede ser 1.964 o 1.965. Mi padre baja ligero la escalera, saluda vecinos, esquiva el tranvía que se pierde hacia las torres y acaba comprando tabaco en la paradeta habitual. En casa -un piso alquilado en la calle Murillo- han quedado la hermana pequeña durmiendo con la plenitud o la sinceridad con que se duerme a esos años, mi abuela iniciando las previas de una comida a la que vendrán las hijas casadas y los primeros nietos, y el hermano que sigue encerrado en su cuarto estudiando, siempre estudiando. Mi abuelo salió hará ya más de una hora a tomar café con los amigos en el sitio de costumbre.

El domingo es el único día en que su trabajo en el banco le permite disfrutar de una mañana libre. Ya es, en esencia, lo que será siempre: un hombre bueno. Aún no sabe que le esperan muchos años de madrugar, muchos domingos como ese, mucha gente por llegar a su vida. Sabe que todavía es joven, casi muy joven, pero ya siente con una extraña determinación que pronto deberá casarse, tener piso propio y esperar a los hijos que sin duda vendrán. Felizmente, no se hace demasiadas preguntas. Es lo que toca hacer y lo que hará.

Enciende un cigarro con ese gesto tan estudiado de las películas americanas, mira el reloj y comprueba que aún falta más de media hora para acudir a recoger a su amigo, tal y como habían quedado la víspera. Para hacer tiempo, recorre las calles de su barrio, llega hasta la plaza del Mercat, mironea -él y todos- a dos insólitas extranjeras que contemplan la Lonja, compra el periódico y vuelve a subir. En la calle Moro Zeit el sol casi alcanza la vertical y la inunda de luz de domingo. Allí vive Tomás, Tomaset, el mejor amigo de mi padre, y al que muchos años después un coágulo rebelde y miserable dejará para siempre sin habla ni apenas movilidad en el transcurso de una operación supuestamente banal. Pero ahora -como una cruel paradoja anticipada- es un joven muy hablador y divertido, que hace de la simpatía un arma para las batallas de la edad o de la vida.

Toman cerveza y habas en la Pilareta mientras discuten de fútbol o de mujeres. Después callejean sin rumbo y a su paso las iglesias se van vaciando de fieles y en las pastelerías empiezan a pedir turno señores con corbata. La mañana y las calles van perdiendo cierta pureza natural y se van transformando en una mezcla de respetabilidad burguesa y de resignados hábitos o convenciones. De una ventana surge y se derrama por las aceras una canción que reconocen. Quizás sea Run Around Sue, aunque nunca sabrán su nombre.

El tranquilo callejeo termina, como viene siendo habitual últimamente, en Monterrey, una cafetería de moda -snack bar, nada menos- junto a la calle de Sant Vicent, justo enfrente de la puerta lateral de Sant Martí. Quizás otra cerveza, quizás un vaso de vino. Allí saludan a algún conocido y hacen planes para la tarde. Ir a bailar es una posibilidad bastante frecuente. Mi padre hace un gesto imperceptible y en el que sin saberlo evoca un limbo inexistente y en el que bailamos unos cuantos. Esa tarde conocerá a mi madre.

Alguno de los amigos allí encontrados lleva una cámara. Posa´t ahí, Toni, i te faig una foto. ¿Ahí? Sí, perfecte. Clic. Ja està.

divendres, de desembre 05, 2008

BREVE Y DEVOTO HOMENAJE A LUIS ANTONIO DE VILLENA



Agonizo otra vez,
al borde de otro día.



dijous, de novembre 27, 2008

CIUTAT DE VELLS I D´INFANTS


No vull fer elegies quan ja no estiga. Preferisc ara parlar d´ella i dels dissabtes o diumenges de matí, i de la seua breu però intensa alegria quan veu a les nostres filles, les seues besnétes. El meu germà i jo hem fet ja de tot això un ritual més, del que ni sabem ni volem saber quin dia tindrà terme.

Ella mai ha entés del tot perqué té que estar allí. Tingué a sa mare a casa fins que va faltar, i troba un tant inmoral que ella tinga que acabar els seus dies en la relativa solitud d´una residència. De poc li val que siga una de les millors de la ciutat, que estiga ben atesa, que no deixem de visitar-la molt a sovint fills, nores, gendres, nebodes, néts, besnéts i fins i tot veïnes, o que ma mare no puguera més i tinguera que triar entre tornar-se loca o deixar que gent preparada es fera càrrec d´ella. El cas és que d´alguna manera l´entenem. Ha viscut quasi literalment un altre món ja perdut, amb altres regles i costums i del que només ella sobreviu, i no es difícil posar-se al seu lloc, amb eixe cap perfecte que manté i un cos en fugida -va camí dels noranta cinc anys- i entendre les seues ganes d´acabar, que de tant en tant manifesta amb plena llucidesa i certa llum de derrota. Per això ens agrada tant fer-li la visita dels dissabtes o diumenges de matí, i observar cóm la presència sorollosa de les besnétes és de les poques coses -jo diria que ja només en té eixa- que encara li ompli el cor d´una alegria sincera. És realment un gust vore la seua cara quan les xiquetes pujen a la cadira de rodes per a donar-li un bes, i quan, poc abans d´eixir d´allí, li donen els dibuixos que li fan cada dia que anem i dels que en té ja una bona col·lecció.

Serà que som animals de costums. Per això les xiquetes fan festa cada matí de dissabte o diumenge que agafem l´autobús, baixem a la plaça d´Alfons el Magnànim i caminem Pau, Comèdies, i a la font de la plaça de Sant Vicent Ferrer juguem amb eixa aigua que vé i s´en va per art de màgia i de les nostres disimulades pisades al mecanisme quasi ocult. I baixem el carrer Comte de Montornés fins arribar a Governador Vell, on elles reconeixen ja el camí.

Lucía i Laia saben que, després de la residència, els caramels i els dibuixos, arriba per a elles la millor part del matí. Creuem Nàpols i Sicília -el nostre particular estret de Messina- i pugem el carrer del Palau, la plaça de l´Almoina, la làmina d´aigua on volen sempre tirar monedes (i a vegades les deixem), parelles de Lleida per ahí dalt, i de sobte, en doblar un cantó, apareix sant Vicent amb el seu sant ditet posant pau entre Centelles i Vilaraguts: Vosaltres, si voleu rebre lo Sant Esperit... i em vénen al cap aquelles brutalitats urbanes que conten les cròniques: la nostra particular versió de guelfi i ghibellini, la ciutat tota feta un camp de batalla, però sense Florència, sense colines plenes de xiprers incendiant-se cada vesprada, segurament igual de bèsties ací que allà, fent del Arno -¿o era el Túria?- un pou on abocar cosos desfets per les armes entre sedes, sang i crits remots i antics ...que hajau concòrdia uns ab altres...

Després la plaça, els coloms, la coneguda venedora de menjar per als coloms -som bons clients, francament- i Laia i Lucía prenen l´espai central com un terreny alliberat de les voreres estretes i els cotxes, i van i vénen, i tornen, i riuen, i ignoren Centelles, Vilaraguts, els ossos que seran ja pols i que sense dubte xafen, vells soldats romans llicenciats i als que es donà una terra pantanosa on reproduiren orgullosa i modestament l´única ciutat possible, i on començarem a fer-nos qui som. Tampoc veuen -¿o sí?- les torres esbeltes de Sant Llorenç o Sant Esteve, les dotze parròquies, les dotze mesquites, la molta gent que ens envolta, les manifestacions de baixa intensitat a les que la plaça sembla abonada, les mostres musicals del regionalismo bien entendido i el seu invariable públic, les terrasses plenes i el sol tan agraït d´estos dies.

Mentrestant, la meua àvia -la iaia Lola per a les xiquetes- deu haver acabat el dinar amb l´habitual desgana, i segur que a eixes hores massa coses li omplin el cap de malenconia. El meu germà i jo hem fet ja de tot això un ritual més, del que ni sabem ni volem saber quin dia tindrà terme.

dimecres, de novembre 19, 2008

ESTELLESIANA (i III)


res no m’agrada tant
com enramar-me d’oli cru
el pimentó torrat, tallat en tires.

cante llavors, distret, raone amb l’oli cru, amb els productes de la terra.

m’agrada molt el pimentó torrat,
mes no massa, que el desgracia,
sinó amb aquella carn mollar que té en llevar-li la costra socarrada.

l’expose dins el plat en tongades incitants,
l’enrame d’oli cru amb un pessic de sal
i suque molt de pa,
com fan els pobres,
en un oli que té sal i ha pres una sabor del pimentó torrat.

després, en un pessic
del dit gros i el dit índex, amb un tros de pa,
agafe un tros de pimentó, l’enlaire àvidament,
eucarísticament,
me’l mire en l’aire.

de vegades arribe a l’èxtasi, a l’orgasme.

cloc els ulls i me’l fot.


Vicent Andrés Estellés. Horacianes.

dijous, de novembre 13, 2008

ARRABALES DEL DÍA


Un tiempo muerto esperando a que una Notaría abra sus fauces puede ser un motivo excelente para volver a fatigar ciertas calles. A esa hora primera de la tarde, y en estos días tan cortos, a las cuatro y media casi se pintan crepúsculos mansos y domados sobre las fachadas. La Universitat Vella parece una casa de huéspedes despistados de la que entran y salen tipos de funcionarial aspecto, y la calle Salvà es una cuesta con promesa de plaza.

Otra vez contemplo el derrotado asfalto, las aceras nuevas, las excesivas farolas, y otra vez el milagro de la plaza del Patriarca se abre a la derecha para hacer creer a uno que está en Italia. Tampoco hace falta fantasear demasiado. Ahora basta con levantar la vista. El sol ya sólo guerrea con los campanarios de las iglesias. Enfrente, el de la antigua san Andrés ofrece una de sus caras exactas al poniente, que golpea cansado su mitad más alta. A la derecha, a la misma altura, el campanario del Patriarca recibe la misma ración de fulgor dorado en esta tarde precipitada. El resto del escenario ya está asumiendo la todavía muy leve dosis de penumbra con la resignación acostumbrada.

Siento que puedo permitirme uno de esos raros momentos de felicidad encontrada. En la plaza, algunos niños quizás convalecientes y librados del colegio juegan entre los naranjos. Al fondo, una terraza de bar ofrece la falsa posibilidad de sentarse, pedir tres o cuatro gintónics y olvidarse de todo. Pero la luz que llena el espacio es tan hermosa y tan perfecta que el error sería ver cómo desaparece. Una insólita ausencia de coches y de gente permite hasta oír el rumor viejo del agua de la fuente. Me vienen a la cabeza la misma plaza y ciertas noches en llamas. De repente, una ventana se cierra con estrépito a mis espaldas. Y lo sé: es la señal. Habrá que salir de allí antes de que todo desaparezca.

divendres, de novembre 07, 2008

RETORNOS


Lo de menos es la excusa. Cualquiera es buena para reunirse otra vez e intentar hacer de la celebración una fiesta, como si nosotros, los de entonces, fuéramos todavía los mismos. Hacer por unas horas como si no existiesen mujeres, ni novias, ni hijos. Ni siquiera hipotecas. Como si estar al borde de los cuarenta años hiciese necesario la creación de espejismos puntuales, endulzando con la plata vieja de la nostalgia ciertos espacios tempranos de madurez que -al menos de vez en cuando- a algunos nos vienen grandes.

Esta vez la excusa fue un pase conjunto de la adaptación cinematográfica de Retorno a Brideshead. En su día, los cuatro que ayer fuimos al cine veneramos la serie como un licor exquisito y selecto, que comentábamos después hasta el cansancio en aquellas memorables sesiones cargadas de alcohol, música y palabras, tantos viernes y sábados de Xúquer alrededor de letales cubalitros y recreando en una antinomia imposible realidad y flores de decadencia.

De todo aquello nos quedó a algunos -entre otras cosas- un invencible amor por Inglaterra en general y por Oxford en particular. Con brideshediano impulso hemos peregrinado allí un par de veces -y volveremos a hacerlo-, y hemos envidiado con saña a los jóvenes millonarios que por allí habitan probablemente sin valorar el privilegio que les ha sido dado: las inmensas praderas, el Magdalen, el All Souls, el Merton, el Hertford y su patio mítico, las pintas en The Eagle and Child y la sombra de Tolkien, los insultantes claustros, más pintas, la literatura como enfermedad total y todo lo que da forma a una ciudad detenida en el tiempo y en la que siglos de juventud han dejado una huella inextinguible.

De la película poco que decir. No levantará pasiones ni dejará grandes recuerdos, desde luego. A los de la vieja hornada, nos cuesta dar a los personajes otros rostros nuevos. Se agradece que Brideshead, la imponente mansión, sea la misma. Es también el mismo Oxford, y Venecia. Acostumbrados a la gloriosa banda sonora de la serie, la música de la película parece un pretencioso recital minimalista. Difícilmente se alcanza a ver la fascinación de la familia Marchmain y su inquietante influjo en Charles Ryder. En fin, lo mejor que se puede decir es que se deja ver. Sin duda lo mejor de la sesión fue la previa: las cervezas, el torrencial palique, las risas en la sala y esa ficción de la que hablé al principio. Por un rato pareció que volvíamos a tener veinte años.



diumenge, de novembre 02, 2008

"CALLE PEQUEÑITA Y MUY QUERIDA"


Ja em deixà estranyat al seu moment, ja. Pasmat em quedí quan vaig llegir que l´alcaldessa Rita Barberà prenia en consideració la proposta del Consell Valencià de Cultura de canviar el nom de l´actual plaça del Ajuntament pel de Jaume I.

Però la premsa d´ahir portava la resposta a l´enigma: "Barberá rechaza dedicar a Jaume I la plaza principal". El millor no era la més que previsible decisió. El millor eren les divertidíssimes raons donades. Li tocà defendre la posició a la regidora de Cultura (!) María José Alcón: "(...) El cambio de nombre causaría un gran perjuicio económico a los vecinos y comercios de la plaza (...) En un contexto de crisis causada por el peor y más nefasto Gobierno de España, los ciudadanos no están para soportar frivolidades y gastos superfluos". Després de meditar sobre les modestes economies dels sofrits i nombrosos veïns de la plaça, sobre la culpabilitat universal de Zapatero, sobre frivolitats variades i sobre la caiguda de Constantinopla, m´he recuperat i he pogut llegir que la regidora va enaltir la "calle pequeñita y muy querida" que porta des de 1843 el nom de Jaume I al centre històric.

La "calle pequeñita y muy querida" és un carreró perpendicular al carrer de Quart, perdut i abandonat absolutament per a la memòria d´una ciutat que va tenint dimensions més que notables. Un carreró que té com a activitat principal soportar estoicament els alleujaments de líquids provinents dels excedents de la marxa de la zona.

Ben pensat, no podia ser d´altra manera. Molta ofrena floral, molts càntics, molt Any Jaume I i el que vullguen, però en un ratet tot això s´acaba. Ara bé, donar a la plaça principal de la ciutat i amb voluntat de permanència el nom de qui ens va fer els que som, venint d´on venia, parlant la llengua que parlava... És molt millor deixar les coses com estan. Plaça de l´Ajuntament és un nom neutre, sense connotacions, tan pràctic com idiota. Asepsia pura. Que es quede així, no siga que si el canvien, a algú li done per pensar. I fins ahí podiem arribar.

dimarts, d’octubre 28, 2008

ESTELLESIANA (II)


Després d´aquell colpiment vingueren anys d´oblit i de moltes tonteries. I la vida espentava quasi tot amb tota la força que és pròpia de qui reclama lo seu. Però poc a poc, com un retorn pactat en silenci, arribaren a les mans llibres que parlaven d´aquells versos, hàbits vells i nous, i el descobriment definitiu del Llibre de Meravelles.

No deixa de ser curiòs que un llibre que parla d´un espai i d´una gent vençuda, agenollada, entre el desànim, la fam i la por d´uns anys miserables, estiguera destinat a convertir-se en el millor homenatge literari mai fet a la ciutat de València.

Tinc molt clar que quantitat no sempre és sinònim de qualitat. Tot i això, és prou revelador que les successives edicions del llibre continuen esgotant-se any rere any, i més si estem parlant d´un llibre de versos. Sóc responsable en part d´eixa devastació forestal. No sé quants exemplars hauré regalat al cap dels anys, i tampoc sé quants tindré, ni per on paren.

El problema -l´unic problema- és el de totes les malalties cròniques. Després, es fa molt difícil viure amb certa normalitat i amb eixe delicat verí esta ciutat de tots els amors i de tots els dimonis. Complicat passejar per l´Albereda, assomar-se al riu, disfrutar crepuscles, sentir tramvies reals o imaginaris, cases o cuines o terrasses ocultes, entreveure fosques escales, caminar les nits d´estiu o d´hivern, creuar els ponts, imaginar dies passats, amors i carrers. Sobretot carrers. Perque és eixa conjunció de vivències íntimes i colectives amb la verbalització de noms d´espais, pobles, places i carrers el que dóna cos i sentit a tot. La sensació de reconeiximent com a matèria prima elemental.

Pel carrer de Borrull visqué la teua mare;
era una criatura humil i vivacíssima;
les nits d´estiu eixien a la porta de casa;
s´oïa, lluny, la música d´algún acordió.
Pel carrer de Murillo pujava la foscor.

Puc recordar encara amb certa emoció la primera lectura enlluernadora del poema Cos Mortal, una pura i llarga successió de noms de carrers de la ciutat sense sentit aparent:

Trinquet dels Cavallers, La Nau, Bailén, Comèdies,
Barques, Transits, En Llop, Mar, Pasqual i Genís,
Sant Vicent, Quart de fora, Moro Zeit, el Mercat (...)

Poques vegades he sentit com aquella -i com cada vegada que el rellig- el sentit perfecte i harmònic entre el títol i el text estricte del poema. Perque és realment la plasmació del cos mortal -el de la ciutat i el nostre- pel que caminem, amem, patim o vivim dia a dia amb més o menys entusiasme o indiferència. I és el cos mortal pel que transitaren els que ens feren possibles, ara només ombres de variats records. I és genialment, definitivament, la unió d´ells i nosaltres en un espai comú i molt volgut que ens ha fet com som.

Els amants, Temps, Un amor, uns carrers, D´un any, Crònica especial, Testament mural... Tot el Llibre de Meravelles és un univers conegut i alhora sempre per descobrir o reconèixer. Impossible no acabar amb tots i amb qualsevol dels seus poemes.


DIES


Carrer de Samaniego, aquell taller d´orfebre
on fores aprenent per ser alguna cosa,
perque calia ser, llavors, alguna cosa,
i fores aprenent en un taller d´orfebre.
Conserves el record com en un cossiol,
és un record humil, com un gerani pàl.lid.
Hi havia unes finestres ventrudes i solemnes
que donaven a un pati; potser fou una casa
-¿qui sap?- senyorial. Aquells vespres llarguíssims
de l´estiu, unes veus que vibraven, anònimes,
eixint de qui sap quina finestra, l´alegria
de l´aigua rebotant en qui sap quines cuines
i arruixant l ´aire espés d´aquell agost horrible.
Et suava la mà agafada al cisell.
Tu tindries, llavors, tretze o catorze anys.
T´agradava la vida, el carrer dels Serrans,
les gents que van i tornen, compren una cistella,
un cavall de cartó, el fil d´empalomar.
Et menjaves el teu entrepà pel carrer,
mentre veies les gents que anaven i tornaven,
allò que més t´agrada, que t´agradava més,
t´agradava la vida com el pa amb oli i sal.
L´església cremada de la Maedéu Grossa,
una parella es perd pel carrer de Roters,
el mercat que hi havia darrere de les torres,
aquella dignitat italiana, em pense,
la vida entre les pedres cultes i nobilíssimes,
les fulles de lletuga espargides per terra,
les taronges, les llimes, una vivacitat,
una olor de cordells, l´olor de saladura.


dijous, d’octubre 23, 2008

PARAÍSO SOÑADO



Recuerdo débilmente la sombra del verano, el sentimiento viejo y perpetuamente renovado cada tarde precisa y preciosa ante cualquier sol que rinde eterno tributo, eterno homenaje al placer de los mortales.

Rumiar sobre tu cuerpo frases insidiosas mientras el descrédito de los ojos nos transporta al alba dorada y fría de un aliento transparente que yace infinitamente en un mar de flores azuladas como el cielo en días de calor y de deseo.

Océanos y mares derramándose en una interminable y vertiginosa catarata de despropósitos vagamente intuidos en un marco iridiscente, palacio descomunal de inacabables estancias forradas de marfil, oro y pedrería. Eso eres tú.

El poderoso perfume de las rosas esparcidas sobre un suelo amarillo y ocre, país solemne y único que habita sobre las aguas en el que el ansia de muerte apenas es un ideal viejo y superado ante el que tú enmudeces con un ruido de fondo que te anuncia que el sueño acaba.


dilluns, d’octubre 20, 2008

LA PLAYA QUE FUE


En algún sitio le leí a Bar Torino alguna referencia a Casa Aquilino, en Natzaret. Por eso el otro día, después de una tranquila noche oyendo caer la lluvia, nos acercamos por allí para almorzar. Bastó preguntar a un paisano y nos dio las indicaciones adecuadas, acabando con cierto tono de modesto orgullo frente a los forasteros: "Son amigos míos".

Sorprendimos al personal comiendo, en ese turno imposible de las doce o doce y media de los que han de dar de comer más tarde. Es un local muy sencillo pero amable, más restaurante modesto para familias del barrio que bar con los clásicos adosados a la barra o el asqueroso sonido de las máquinas de premio. Poco bar en definitiva.

Quería ir por allí por un par de razones. Una era cierto afán de exotismo de la propia ciudad -no sé si me entienden-; otra era ver el espacio de la playa que ya no existe. Recuerdo que Bar Torino contaba con nostalgia que allí fue donde su madre le enseñó a nadar, convirtiéndose en uno de esos escenarios que sólo perviven en la memoria. Mientras le leía eso, me vino a la cabeza algo que me contó mi abuelo.

Cuando llegaba el verano, para la chiquillería de Russafa parece que era todo un ritual enfilar el desaparecido Camí de les Moreres hasta llegar a la playa de Natzaret para bañarse. Por lo visto, durante un tiempo más o menos breve se acumularon algunas muertes de niños ahogados en aquella playa, y las madres, para evitar que fueran a nadar, les cosían a sus hijos el botón más alto de la camisa de modo que no pudieran quitárselo y así no meterse en el agua. Como manda la vida, aquéllos no sé cómo pero se las ingeniaban para burlar el obstáculo, bañarse, y regresar a casa sin rastro que revelase el engaño. Mi abuelo contaba que una de esas veces algún descuido delató la acción prohibida, y se acordaba de su madre que entre sollozos, besos y lágrimas le recriminaba una desobediencia que no era más que su terror a perderlo, algo que quizás mi abuelo sólo entendió muchos años después, y que dejaba un brillo de aguas en sus ojos azules mientras me lo contaba.

El otro día hacía una mañana húmeda y con el cielo cerrado. Después de almorzar, recorrimos entre charcos la calle Castell de Pop hasta su final mutilado. Unas grúas inmensas a las que la bruma del día daba una cualidad algo fantasmagórica marcan a lo lejos el espacio de la playa que ya no existe. Hay jardines solitarios y alguna fábrica olvidada o saqueada que acentúan la sensación de abandono, y las palmeras sorprenden por su número. Me trajeron la habitual melancolía. Hay algunas casas que enfocan al espacio vedado, unas vistas a la nada en la que han convertido todo aquello, y los gatos son los dueños de aquel tranquilo reino. Cuando volvíamos hacia el coche, me fijé en una de las palmeras. La más alta, la más vieja. Quise pensar que, en días perdidos de verano, esa palmera vio al niño que fue mi abuelo y a sus amigos corriendo desafiantes y felices hacia la playa.

dijous, d’octubre 09, 2008

NOU D´OCTUBRE: GOTA FREDA I CAVALCADA


Des de que tinc memòria a València es produeix un fenòmen físic que singularitza la ciutat dins del món conegut. Bé, realment no només a València. Es dona també dins de la comarca de l´Horta. A tot tirar, podem allargar l´àmbit de la inusual excepció a les lleis universals fins a Sagunt pel nord i allà per Cullera cap al sud. Consisteix l´impresionant fenòmen en que l´aigua, la necessària i elemental aigua, en els dominis esmentats, o està calenta, o està gelà. I no tenim més que parlar. O el que és el mateix: mai pot estar freda.

Perque si l´aigua està freda, i ho dius, pots fer pensar a segons quins interlocutors que eixa aigua (freda) sorgeix directament del Montseny o de qui sap quines pirenaiques i sospitosíssimes muntanyes. És el que em diguerem a mi farà uns anys:

- Això és català. Es diu gelà.

Per això esta vesprada, quan estava amb la meua filla mirant la cavalcada històrica (res de l´altre món, però bona iniciativa) envoltat per un grup -diguem- pintoresc, m´ha sorprés gratament observar cóm entre els comentaris variats que he tingut que patir alguns feien referència a la "gota freda", bé que amb un cert to irònic (el que podien donar-li, que no era massa). Alguna cosa bona haurà fet Canal Nou, he pensat ingenuament.

Poc després, la meua filla -cinc anys- s´ha allunyat un poc del nostre puesto inicial, i per fer-la tornar, pràcticament he cridat:

- ¡Laia!

I no han tardat ni dos segons:

- ¿Laia? ¿Laia? ¿Què sou, catalans? ¿Què feu ací? ¡Torneu-vos a Catalunya!

Hem acabat de vore la cavalcada. Hem aguantat la pluja (amb aigua quasi freda, per cert). Hem agafat l´autobús i hem tornat a casa. A una casa de valencians farts d´esta puta gentola.

dimarts, d’octubre 07, 2008

CARRER TÚRIA



-Vull que esta casa que t´agrada tant siga per a tú.

Molt a sovint som presoners de les paraules. Les que acabe de transcriure em foren dirigides, no farà massa anys, i es capgiraren com un destí irrenunciable. Potser absurdament irrenunciable.

El cas és que el moment tan temut va arribar -no creguen que estic parlant de gratuïtes herències- i vaig tindre que prendre una decisió. Ja no es tractava d´anar i deixar llibres, o fumar un parell de despreocupats cigarrets mirant sense cansament per les enormes finestres, o jugar a imaginar milionàries i genials reformes, tot això aprofitant una espècie de limb legal en el que estigué el pis durant alguns anys. Ara anava de veres. O em feia amb ell o ja no tornaria allí mai més. Però la meua voluntat era tan forta que vaig falsificar nòmines i rendes, al temps que declamava solemnes però dubtoses declaracions de solvència, tranquil.litzava més que raonables temors familiars i feia públics i privats compromisos de pagament que mai he trencat, tot siga dit. En resum: una subprime de llibre, però amb bon final per al banc, almenys de moment.

Després vingueren circumstàncies personals que no venen al cas, una nit amarga que em deixà clar que aquell no era el millor moment per als somnis i una promesa amb mi mateix d´aplaçament dels variats intents de la felicitat.

Vé tot açó perque he llogat el pis. No sé per quants mesos o anys deixaré de vore el Botànic des de les seues privilegiades finestres. Espere que siguen els suficients per a recuperar-me d´algunes coses, i reprende-les de nou amb més ànims que en temps passats. El pitjor de tot ha estat buidar definitivament el pis. Ma mare -que naixqué allí- tingué una mala vesprada. De cada calaix, de cada armari, sorgien els records de tota una vida, traduint-se en llàgrimes calmades i dolçes. Del trasllat dels llibres -un malsomni de caixes i borses que pesaven com el plom- més que llàgrimes vaig expulsar les habituals i relaxants blasfèmies, tan volgudes per mi.

Quatre jòvens que em donaren molt bona impressió -i que esperem que continue- ocuparan la cuina on jo parlava amb la meua àvia, mentre ella feia el dinar, aquells dimecres de facultat, o el llarg corredor on un xiquet que era jo assajava com donar un pas darrere d´altre en aquella immensitat, o el menjador on vaig passar hores i hores de conversa amb el meu avi, o les habitacions on vaig imaginar assolellats dissabtes plens de coses per fer i envoltat per una immensa biblioteca, o l´espai perdut dels sorollosos dinars de Nadal, tot amb la remor quasi exòtica del Botànic i les campanes de Sant Sebastià com un ritual que marcava les diferents hores de la llum. I tants i tants records de passat i de futur. Tot arribarà al seu temps.

Valga també esta entrada com a disculpa als benvolguts Cretins, als qui vaig oferir una sessió de vesprada -que de segur hauria arribat a la nit amb els licors habituals- amb les millors vistes de València com a teló de fons. Però la necessitat obliga. Ara només ens queden les fotografies i, per la meua banda, una moderada confiança en el destí. Tot arribarà al seu temps.

-Sí, iaio, jo tinc que comprar i viure en esta casa.



dimarts, de setembre 30, 2008

TRABAJOS DE PENITENCIA


Mitificamos la oscuridad y de ella aprendimos muchas cosas. Pero a veces la noche juega malas pasadas. Palabras equivocadas, gestos indeseados, euforias excesivas. El difícil aprendizaje de la madurez del que hablaba el otro día un amigo, sobretodo en su arriesgada pero inevitable combinación con hábitos adolescentes. Poca capacidad, al final, para valorar lo que tienes. Y una facilidad realmente decepcionante y todavía sorprendente para acabar haciendo aquello que en cualquier otro condenarías. Quizá fue la lluvia. Bueno, realmente he de convencerme de que la culpa la tuvo la lluvia. Y la lluvia mansa y constante siempre acaba llevándome los mismos versos a la cabeza. Versos que robo, que no son míos, pero que ahora los hago míos, sólo para hacerte una petición tramposa de perdón -tramposa porque ya me lo diste-, un fervoroso, rendido, público y secreto homenaje, después de un tiempo largo y muy duro, a ti, la mejor novedad de mi vida.

Es todo lo que queda,
dirigirse,
por las ramblas del tiempo transcurrido,
hacia la periferia de esta turbia ciudad,
bañada en charcos,
donde sólo el refugio de los toldos
ayuda a combatir el aguacero,
donde nadie me habla,
ni comparte
las caras interiores de tus muslos,
mi enferma inclinación a visitarlos.

diumenge, de setembre 28, 2008

EL GRAN PAUL


Ayer a última hora de la tarde me llamó mi hermano.

- Oye, ¿tú no tendrás mi DVD de El Buscavidas? Es que quería verla esta noche para hacerle un homenaje al gran Paul y no lo encuentro.

Así me enteré de la muerte de Paul Newman. Leí con tristeza no hará más de un mes que había abandonado el hospital para acabar entre los suyos, desahuciado ya por los médicos. A pesar de eso, saber que ya no estaba me ha dejado cierta sensación de orfandad que se repite a mi alrededor demasiado a menudo últimamente, y la seguridad de que el mundo es hoy peor porque falta uno de los grandes.

Iba a escribir alguna cosa más de él, pero esta mañana, al leer en El País -perdonadme, apestosos y falsos liberales- la necrológica del gran Carlos Boyero, he comprendido que cualquier cosa que yo hiciese no expresaría mejor lo que siento que transcribir ese artículo.

Decían los griegos antiguos que mueren jóvenes los elegidos de los dioses. A veces también, unos cuantos elegidos, mueren viejos.




La eterna seducción
CARLOS BOYERO

Ha sido elegante y discreto hasta para morirse. No puede ser de otra forma cuando esa actitud vital no responde a una careta estratégica sino a la autenticidad. Hace unos meses comunicó que se lo llevaba la muerte, que la esperaría en su casa rodeado de las personas que amaba, que no le dieran la brasa ni montaran productivos circos con su agonía, que le dejaran irse tranquilo al otro barrio. Algo muy consecuente en alguien que jamás montó numeritos ni practicó el exhibicionismo, aficiones lamentablemente repetidas en el universo de esos seres con una luz y un talento especial que han alcanzado el estrellato. Y yo sentí ante la despedida de ese desconocido que algo se me rompía por dentro, que era como si la palmara alguien cercano por el que sientes tanto respeto como admiración, un ser que te ha regalado muchas e impagables sensaciones en el curso del tiempo.

Desde la primera vez que le iluminó una cámara, este tipo escandalosamente guapo estaba destinado al amor incondicional y eterno de ésta. También a que ella contagiara esa fascinación a los espectadores de cualquier parte con un mínimo sentido del gusto. Del Newman joven es incuestionable su hermosura pero también la tendencia a la sobreactuación, a los tics que deja impresos el pretencioso, narcisista, psicológico y retorcido Método. Ello no impidió que cuando tenía 30 esplendorosos años, bajo la mirada lúcida y sobrecogedora de Robert Rossen creara al inmortal Eddie Felson en esa reflexión genial y estremecedora sobre el triunfo y el fracaso, artistas y explotadores, pecado y redención, soledad y desesperación, miedo y desafío, titulada El buscavidas. Pero cuando este hombre llega a la conclusión de que ya sabe cómo expresar lo máximo con lo mínimo, cuando le sale alguna arruga en el rostro y en el alma (debe de ser complicado sobrevivir emocionalmente al suicidio de un hijo), sus interpretaciones de cualquier tipo de personaje alcanzan una hondura, una precisión, un magnetismo y una verdad incomparables. En comedia y en drama, dando vida a personajes cotidianos o excepcionales. Cualquiera de sus interpretaciones constituye un espectáculo, algo que siempre te va a compensar independientemente de la calidad del producto final. Junto al grandioso pero a veces muy pasado Brando, ver y oír a Newman representa la plenitud de la hipnosis, la imposibilidad de desconectar ante una presencia y una personalidad majestuosas. Te enamora cuando ríe, cuando sufre, cuando se gusta, cuando anda perdido, cuando es fuerte, cuando está desvalido, cuando tiene miedo, cuando es el más chulo, cuando bromea, cuando se pone serio. Sus registros son muy amplios. Hará que te creas a sus personajes aunque nunca puedas olvidar que esos hombres siempre son Paul Newman. O sea, seducción en estado puro. De joven y de viejo, intemporal, con efecto perdurable para los espectadores del próximo siglo. Jamás fue una moda o un lujoso producto de marketing. Newman era más que un actor; constituía un género. No tiene reemplazo. Se ha ido el más grande.

dimecres, de setembre 24, 2008

AEROSTÀTICA



He imaginado la escena muchas veces. La he visto igual en una mañana de primavera o en revueltas tardes de otoño. A mi abuelo le gustaba resaltar esa parte de su pasado. Quizá se hacía perdonar a sí mismo el poco entusiasmo o el olvido que la losa de tantos años de plomo había dejado en él, probablemente de un modo algo indolente, una doma lenta pero constante. Quise mucho a mi abuelo y le echo mucho de menos. Dicen que me parezco a él en muchas cosas. Gestos, hábitos, hasta vulgares movimientos del cuerpo.

Su padre le llevó a la Escuela que la Fraternidad Republicana de Russafa había montado para los suyos, sufragada a escote con las trabajadas cuotas de los fieles, y de nombre -cómo no- Escuela Laica La Luz. Las puras cenizas del blasquismo. Imagino que sería el clásico reducto ante el que los devotos del barrio pasaban apretando el paso, temiendo el contagio o el garrote. Un lugar modesto y limpio, con una docena de libros venerados y un entusiasmo algo ingenuo y feliz.

Después de casi ochenta años, mi abuelo aún recordaba con emoción al profesor, D. José Arnau, a quien me gusta imaginar como un personaje de otro siglo, volteriano y feroz con la clericanalla, afrancesado a rabiar, obsesionado en su idea de progreso. Siempre vestido de negro, la fina y sucia corbata, los puños de la camisa arrasados, con algún libro entre las manos y carraspeos o toses de fumador antiguo atravesando el espeso bigote.

"Quan els de coleges de retors o de monges portaven als xiquets a missa, D. José Arnau mos duia al llit del riu a fer globos de paper, i mos ensenyava els principis de la aerostàtica". Y mi abuelo pronunciaba "aerostàtica" casi separando las sílabas, devotamente, acompañándolo de un movimiento de la mano con el índice en alto, resumiendo en ese respeto el modo de entender la idea del conocimiento o la ciencia que le inculcaron.

Esa es la escena que imagino. Tiene la atmósfera de un sueño o de algo parecido a la felicidad. Da igual que la ilumine el sol atrevido de las mañanas o el oro de las tardes. Muchas veces, asomado al río y devastados los jardines, creo ver una docena de niños con baberos oscuros, algunos con gorra, alrededor de una figura vestida de negro, mientras en el aire se elevan tres o cuatro globos de papel entre los vítores de la chiquillería, hechos con hojas del diario El Pueblo de la víspera. Detrás, mi ciudad.

diumenge, de setembre 21, 2008

TRIO D´ASOS












Els presente els meus tres personatges públics més apreciats. Formen un autèntic trio d´asos que representen valors tan arrelats i estimats per tots com Tradició, Modernitat, Amor Per La Llengua Pròpia Dels Valencians, Esdevenimentisme, Menfotisme i una llarga llista de la que no podem excloure les velles virtuts teologals, tan determinants per a moure´s al món cruel -oh tempora, oh mores- de hui en dia.

Trien, trien el seu favorit.

dissabte, de setembre 20, 2008

GRANDEUR



Tenía una copa de cerveza en la mano, ya mediada, inequívocamente sacada de un bar. Supongo que la habría distraído de alguno cercano, y era la clásica copa de "doble", esas de tallo no muy grueso y algo alargado seno. Me llamó la atención porque no bebía el inevitable tetrabrick o la ya bastante inusual botella, sino un "doble" en toda regla, sentado en su banco que había monopolizado con la habitual quincalla: carro de supermercado, cartones, artefactos extraños y algún cordel que siempre cuelga de algún sitio y del que nunca consigo averiguar con qué utilidad.

Además de la barba por parroquias, el pelo a jirones y la ropa impecablemente sucia, calzaba unas gafas de sol de inspiración Matrix que armonizaban el conjunto hasta el horror.

Al pasar nosotros a su lado, se levantó, y alargando el brazo en el que sostenía la cerveza, como en un literal y solitario brindis al sol, gritó:

- ¡Siempre en copa, siempre en copa! ¡Elegancia, clase, distinción! ¡Siempre en copa, siempre en copa!

Nada más sobrepasarlo, mi hija me miró buscando complicidades y conteniendo una expresión entre la risa y el miedo.

- ¿Está loco, no?

No recuerdo qué le he contestado y creo que ni me ha oído. Detrás de nosotros, aquel seguía tronando su pequeña venganza, su rebelión, su orgullo:

- ¡Siempre en copa, siempre en copa!

dimecres, de setembre 17, 2008

UNA RECOMENDACIÓN Y UN RUEGO


Descubrí a Robert D. Kaplan con Fantasmas balcánicos. Y fue uno de esos descubrimientos azarosos, que no vino por influencia alguna, y que son probablemente los que mejor sabor de boca dejan. Poco tiempo después le leí un par más de volúmenes aunque -siendo buenos libros- ninguno alcanzase el interés y la calidad del primero. Y así me quedé hasta que los dioses me pusieron delante Invierno mediterráneo.


Esto no pretende ser una crítica convencional: es un elogio baboso y rendido. Porque lo que Kaplan hace en el libro es en principio sencillo: evocar varios viajes de juventud por el Mediterráneo central y oriental, acompañado por alguien que es una difusa y cambiante sombra en el relato, que apenas tiene presencia. Pero lo hace mezclando prodigiosamente erudición y recuerdos personales, veneración por el pasado y emociones y reflexiones que conmoverían a cualquier poeta en ciernes.


Ahora es un prestigioso analista de política internacional, miembro de más de un gabinete de influyentes asesores, pero el Kaplan de entonces era un joven norteamericano de familia modesta lleno de ilusiones y proyectos y fascinado por la historia, que viaja en invierno sin apenas medios, fuera de temporada, "(...) en un periodo de toldos enrollados, de hoteles medio vacíos y de solitarios restos arqueológicos algo descuidados (...), haciendo del relato un continuo ir y venir entre lo lírico y la mejor recreación y constatación del pasado, y en el que los protagonistas son Rodin, Flaubert, Cartago, Marsella, Túnez, Dido y Eneas, Virgilio, Yugurta, san Agustín, Paul Klee, Kairuán, Roger de Lauria, Roma, Sicilia, Tucídices, Siracusa, Palermo, Alcibíades, los normandos transplantados al sur, Agrigento, Caravaggio, Villa Adriana (y el gran Adriano, claro), Split, Dubrovnik, Diocleciano, Atenas, Bizancio, Lawrence Durrell, el monte Athos, Robert Byron, Mistra...


Sólo una muestra: "Esa tarde nos permitimos el despilfarro de dar un paseo en calesa por tres dinares tunecinos. Desde el cementerio tomamos el tren hacia el norte y descendimos en el pueblo de Sidi Bu Saïd, donde por ocho dinares pasamos la noche en una antigua mansión señorial. Ésa fue la única noche en todo el invierno en que disfrutamos de calefacción central. Al atardecer subimos las escaleras que llevan al Café des Nattes de Sidi Bu Saïd para tomar té con piñones. El techo de nuestra habitación estaba decorado con espejuelos de colores y azulejos azules. Afuera en el jardín, encontré a la mañana siguiente adelfas rosa, naranjos, hibiscus, buganvilias y un solitario y monumental ciprés. Recuerdo el liviano caminar de un gato mientras un hombre acudía con una escoba a barrer los pétalos caídos."


Compré y leí Invierno mediterráneo en el verano del 2.004, y desde entonces tomé como una muy agradable rutina -ya saben cuánto disfruto con algunas- releerlo todos los veranos. Me gusta tanto que o no lo leo nunca más o lo releo muy a menudo, y así no dejo lugar a la decepción que el tiempo -bueno, la vida- gusta de arrearnos de vez en cuando. Ahora acabo de terminarlo otra vez.


Bien, pues hasta aquí la recomendación. Y ahora el ruego: no se lo pierdan.




dilluns, de setembre 15, 2008

EL CENTRO

Mi primer recuerdo claro y cierto de esas calles va asociado a la principal de ellas y a un tipo que por allí deambulaba de un modo bastante particular.

Yo era un niño todavía, y entonces los adultos todos quedaban incluidos sin mayores distingos en un enorme saco que abarcaba desde los recién ingresados en la juventud -un reino muy ansiado- hasta los maduros ya más contumaces, y del que sólo se excluían los claramente inmersos en la ancianidad más decrepitosa, gente esta última que salía del mencionado saco en virtud de unas limitaciones de movilidad y un aspecto inequívoco que los dejaba fuera del amplio grupo de los invariablemente llamados -no sin cierta solemnidad y misterio- “mayores”.

Aquel tipo, que por entonces se me antojaba simplemente un adulto, un “mayor” de aquellos, a la memoria que hoy sobrevive se presenta más bien como un hombre que apenas sobrepasaría la cuarentena, y a quien su calvicie brutal y absoluta y una notable gordura podían añadir seriedad o más años. Porque de él me ha quedado el recuerdo de su muy brillante y esplendorosa calva, de su impecable y clásica vestimenta que resaltaba su enormidad, y de su costumbre de tocar la armónica mientras paseaba arriba y abajo, una y otra vez, la mencionada calle.

De las causas últimas de su pintoresca afición nada sé. Recuerdo que mi madre insinuaba cierto probable desarreglo mental, y que inmediatamente compensaba su increída maledicencia alabando la pulcritud de su persona -aquellos trajes impecables- y su semblante pacífico y bonancible.

Dada mi condición de escolar, aquellos encuentros con tan armónico individuo se producían siempre los sábados, día escogido por mis padres para dar un paseo por el centro con su ruidosa tribu, por lo que ignoro si aquellos paseados recitales se daban a diario o, como nosotros, el señor gordo y calvo aprovechaba la alegría ingenua de los sábados por la tarde para dar rienda suelta y pública exhibición a su pasión.

Del repertorio con el que obsequiaba al personal nada recuerdo, pero me gusta pensar que abarcaba desde las piezas más populares del momento hasta espantos en la línea de Clavelito, pasando por versiones de las músicas mejores y más conocidas de los westerns, tan proclives al sentimentalismo facilón de la armónica.



Y es que aquella calle principal estaba marcada por el cine, por los cines. El Lys, el Eslava, el Artis. Pero sobre todo el Serrano. Con sus dos escaleras simétricas y su entrada en alto, y su enorme cartel de la película de turno, un amplísimo -a mis ojos de entonces- rectángulo pintado con más o menos acierto y en el que artistas locales versionaban el cartel original de la película en exhibición, lo que constituía un nudo en el estómago y un reclamo perfecto. Una necesidad creada sabiamente.

El barrio del que hablo es muy sencillo. Lo delimitan la plaza de l´Ajuntament y el amplio codo en el que acaban y empiezan Colom y Xàtiva. Consta de dos calles principales y casi gemelas, y unas cuantas que las atraviesan o las comunican. De las dos gemelas, todos saben muy bien cuál es la principal: Passeig Russafa. Y cuál la secundaria: Ribera. Ésta última contó con un solo cine, el Capitol. Y a pesar de que probablemente era el más grande, y de que el edificio que lo albergaba tenía un valor arquitectónico infinitamente mayor que los de todos los demás cines juntos de la calle gemela, nunca ir al cine tuvo el mismo sabor en una calle que en otra.

Porque Passeig Russafa forma parte de una línea imaginaria que, partiendo de la plaza de la Reina, atraviesa el primer tramo de Sant Vicent, dobla ligeramente y enfila la plaza de l´Ajuntament en toda su extensión este, se adentra en nuestra gemela principal y agoniza en su tramo final en la hoy muy decaída calle Russafa. Poco, bien poco queda ya en ésta última de aquella vitalidad tan real, tan festiva y moderna que evocaba Estellés:

(…) Irromperen de sobte
les trompetes del jazz, el carrer de Russafa
tan divers dels neons en els establiments,
alegre de teatres, de cafés i de vida.

Es un recorrido en el que se da algo parecido a lo que en Italia llaman la passeggiata, por su valor de paseo puramente recreativo y mirón, presa fácil para un público algo aburrido y ritualista, de esos que van y vienen, indistintamente de sábados o domingos, y es a la vez uno de esos enclaves del inconsciente colectivo que arrastra por su animación, más atento siempre a los locales de ocio que a lo estrictamente comercial, parcela esta última en la que muchas áreas de la ciudad le han ganado claramente la partida.

Probablemente por esa condición de eslabón importante o principal en la mencionada línea, Passeig Russafa desplazó con claridad a Ribera en el liderazgo del barrio del que hablamos, como siguiendo la premonición estellesiana de modestia y ambigüedad: El carrer de Ribera era confús i alegre. Y esa causa produjo a su vez el efecto casi contrario en ésta última. Si no un remanso de paz, Ribera ofrece cierta tranquila calma en pleno centro y en una calle amplia, algo que sin duda lamenta el rentista de sus plantas bajas -es un decir- pero agradece el paseante.

Para mí, además de aquel primer recuerdo asociado al extraño paseante, esas dos calles fueron el descubrimiento de la inmediatez y realidad del centro estricto, el atisbo de la vida adulta y de cierta ingenua y primera autonomía: ir al cine con los amigos del colegio, liberado ya de la presencia de los padres, imitando sin embargo algo de sus formas en bares baratos, enfocados a un público adolescente y ansioso, con prisa por crecer, incapaz de distinguir el fulgor y el rumor brutal de la plaza de toros al final de la calle, aún aturdido por las primeras cervezas.

Y luego, atravesándolas, quizá las mejores, las otras: Mossén Femades, Martínez Cubells, Convent de Santa Clara, Forners. Calles tapizadas por restaurantes como exhibicionistas y permanentes verbenas. Calles de negocios y escaso vecindario. Calles que sostuvieron por un tiempo el sueño de una burguesía imposible y de una ciudad que pudo ser. Calles por las que pasear a última hora de las tardes del verano recién estrenado o agotándolo, ya entre luces, con el cuerpo envenenado de melancolía y recuerdos de otras tardes y otras luces.


dijous, de setembre 11, 2008

FALSOS MODERNOS

Hace poco, en una conversación sobre música, algún pobre ingenuo tuvo la osadía de mencionar elogiosamente a Coldplay. Rápidamente, uno de esos bobos de lo último, torció el gesto y los despachó en pocas palabras: "Son unos moñas". Quien decía eso es el mismo que, siete u ocho años atrás, se entusiasmaba -y nos daba la tabarra- con Coldplay, entonces una banda de la que llegaban las primeras canciones entre brumas de maquetas y prestigios de entendidos.

Aquel ilustre contertulio forma parte de una legión de musiqueros para los que, dando por sentado un mínimo francamente bajo de calidad, cierta marginalidad o minoritarismo son un valor en sí o, en algunos casos extremos de idiotez, son el valor en sí.

Para ellos, que un grupo saque al mercado tres o cuatro discos y que todos alcancen un nivel de ventas y de popularidad más bien alto, son el síntoma inequívoco de una decadencia y una entrega a "lo comercial" incompatible con su gusto exquisito y privilegiado.

Cosas de la edad, supongo. En cualquier caso, tampoco se trata de condenar lo marginal y enaltecer sin más lo popular o masivo, tan frecuentador del espanto. Hay basura a toneladas en lo que suena en las emisoras más conocidas y bellezas inexpresables en discos que nunca superarán determinados circuitos, y no por vocación de minoritarios, sino por ausencia de reales intereses comerciales o por una falta de sensibilidad tristemente muy extendida. Cosas de la educación que uno se hace o le hacen, supongo.

Quizás se trate simplemente de no atender tanto a la novedad como un valor por sí mismo, y apreciar lo bueno que queda atrás como algo que siempre estará ahí para aportarnos cosas, desprejuiciando la trayectoria del grupo en cuestión, sea ésta llenar estadios o acabar actuando en bodas y bautizos o en elitistas clubs a los que no va, en esencia, nadie.

Como homenaje a esos queridos falsos modernos -qué haríamos sin ellos-, ahí van los Coldplay en una canción impresionante, combinando la falsa y ya vieja técnica del videoclip más clásico con un directo, resuelto de manera genial. Recomiendo poner el volumen a todo trapo, particularmente a partir del minuto 2:30. No sé cuántas veces lo habré visto y oído y me sigue emocionando, especialmente su segunda parte, tan coral. La vida casi siempre nos supera; el arte, de vez en cuando, sucede.





Tears stream down on your face
When you lose something you cannot replace
Tears stream down on your face
And I...

Tears stream down on your face
I promise you I will learn from my mistakes
Tears stream down on your face
And I...

Lights will guide you home
And ignite your bones
And I will try to fix you.

dilluns, de setembre 08, 2008

ESTELLESIANA (I)



Tindria jo onze o dotze anys i encara el valencià no era matèria obligatòria a l´escola. Però el col.legi on jo anava -i era de retors, no creguen- tenia un cert compromís amb el tema i donàvem un parell d´heroiques hores a la setmana, sense llibre de text com calia i amb les habituals bronques i entusiasmes. L´únic material que teníem a l´abast eren uns llibres en blanc i negre (vull dir sense il.lustracions en color, tan agraïdes sempre), de gran tamany i d´edició modesta, que recollien bàsicament fragments de novel.les, poemes, cançons o elementals questions lingüístiques o històriques.

Un dia, a banda de la habitual lectura de textos -que era essencialment en el que consistien aquelles classes pioneres i plenes de voluntarisme-, el professor va dur un radiocasette que hui seria peça de col.lecció. Ens indicà la pàgina on devíem anar i sense més explicacions li donà al play.

Ara sé que allò que sentírem era el Coral romput de Vicent Andrés Estellés recitat per Ovidi Montllor i amb música de Toti Soler. En aquell moment només vaig arribar a entendre que aquells versos llargs, sense rima aparent, i que parlaven de la meua ciutat i de la meua gent d´una manera molt especial, m´havien colpit amb força, trencant per primera vegada -això ho sé ara- l´artificial distància entre la realitat amagada i menyspreada del meu entorn i la falsificació lingüística en la que, en bona part, encara visc. Les pintoresques raons per les que havíem arribat alguns -parle d´uns quants centenars de milers de persones- a eixa absurda situació podria i pot omplir enciclopèdies i fins i tot biblioteques plenes de fosca i mala consciència. En qualsevol cas no es tracta ara de buscar culpables. Siga com siga, fora com fora, culpables o responsables ho foren tots, ho som tots, tret d´alguns d´abans i d´ara. El meu cas no és -ni de lluny- únic a la ciutat de València. De fet, la mateixa normalitat de la falsificació era el motiu principal -i això també ho sé ara- d´aquell dolç, fort i extrany colpiment que vaig patir i gaudir. Però eixa és una altra història.






dissabte, de setembre 06, 2008

VIEJOS MALES


No se queden con las gansadas románticas, bobaliconas y bienintencionadas del joven. Ni con la belleza dudosa de la Bonham-Carter. Ni con las conversaciones de circunstancias, tan británicas. Hay en este fragmento de Una Habitación con Vistas una alucinante aria de Donizetti. Y hay el paisaje toscano, un verano o una primavera eterna, y la silueta de Florencia brillando otra vez como un espejismo o un sueño.

Yo -perdonadme, ortodoxos- de muy joven padecí una grave enfermedad llamada Italia. Y ahora, más a menudo de lo que debiera y con cualquier excusa, aún viene a mí, recurrente y pesada como un mal congénito. Pero no la aparto como quien aparta un mal recuerdo. Tengo aún capacidad para entusiasmarme por algunas cosas viejas y queridas. Me quedo, como un consuelo y un recuerdo que es pasado, presente y futuro, con lo de Henry James: "It concerns Italy and my youth. Two fine things".

dimecres, de setembre 03, 2008

RUTINAS


Odio las rutinas cotidianas. Las del día a día, las que tienen como marco máximo y repetido a la semana. Esa sucesión de horas de trabajo, interrupciones alimenticias, sueños y vuelta a empezar. Ni siquiera la alegría ingenua del fin de semana logra romper esa dinámica que en el fondo detesto.


Pero -supongo que muy contradictoriamente- hay otra rutina del año que me gusta sin remedio. Es la que empieza ahora, en estos días de septiembre, y que está marcada sobretodo por hábitos de temporada y por las festividades del calendario.


El inicio de la liga como un final de verano anticipado, la vuelta a los estudios que miro entre aliviado y nostálgico, el 9 d´octubre como la entrada real o definitiva en el año, el puente de diciembre y su frecuente escapada al interior, a los primeros fríos serios, el porrat de Santa Llúcia que contemplo camino al trabajo, la Navidad, el cansino ritual de la Nochevieja, los Reyes y su constante buen recuerdo y presente, la fiesta de Sant Vicent (siempre que caiga entre semana), la feria del libro de ocasión en la Gran Vía, las Fallas, las Pascuas -que no la lúgubre semana santa, tan extraña a mí y a los míos-, la Fira del Llibre en los Viveros, la procesión de la Virgen, por la tarde, con su hermoso paganismo final bajo apestosas capas de beaterío, los primeros calores, las mujeres quitándose ropa día a día, las primeras escapadas a la playa, los planes de vacaciones, la limpieza de la piscina como un ritual familiar entre lo festivo y el puro coñazo, el inicio del verano y todas sus glorias, los periódicos delgados, la liga que empieza...