diumenge, de maig 31, 2009

VIDA Y DESTINO


Nada como caminar ciertas calles muy queridas en la hora última de la tarde sintiendo en la piel el fuego que el sol dejó en el primer día entregado. La visión de las torres tiene algo más que el valor del puro reconocimiento, y se traduce en una imperceptible y leve sacudida al atravesarlas. Tótem y tabú a partes iguales. La plaza de Santa Úrsula es el remanso perfecto donde pararse unos minutos y encender el último cigarrillo de la tarde o el primero de la noche. Mi insobornable costumbre de secarme de mala manera permite que el cabello aún conserve la humedad de la ducha, y alguna gota que guarda todavía la apetencia olvidada del agua puede recorrer mi espalda dolorida por el sol para hacer aún más gozoso ese momento.

Es en estos días, antes de que un calor extremo los agote, cuando las hojas de los árboles han alcanzado su color más intenso, y al mirar desde abajo sus ramas se puede contemplar el cielo como un caleidoscopio en el que únicamente reinan verdes y azules. Pero los turistas sólo miran los expuestos menús, exprimen el manoseado mapa, desean una silla y una mesa y algo de color local. Yo reprimo las ganas de contarles un millón de cosas que no les interesan. Por ejemplo que la calle Quart es una flecha curvada que lleva directa al corazón de la ciudad. Otra vez el calor y estas horas últimas de las tardes y la inminencia de la cena o la compañía o la alta noche es el revulsivo que esperaba. La felicidad a veces es sencilla y suele darse en las previas del verano. Entre agudos gritos las golondrinas caen a plomo en sus últimos vuelos antes de ceder el puesto a los ansiosos murciélagos que ya calientan motores delante de las primeras cervezas.

dilluns, de maig 25, 2009

POLS EN EL VENT


Encara no sé perqué vaig acabar la nit del diumenge en un bar de barri amb amics que portaven allí massa hores. A banda dels habituals d´eixos llocs i eixos dies i la seua presència repugnant o patètica adossats a la barra, els meus amics duien l´acostumada provisió d´alegria i riures, d´històries per contar o ja contades i un excés més que evident de cerveses o de copes. El tranquil sopar a casa ni està ni arribarà. Un ànsia malaltissa per parlar desfà plans i allarga hores que deurien ser de descans o indiferència. Pel carrer només passen africans que van i vénen i que semblen saber que solament en nits com eixa són els reis absoluts de la ciutat.

De sobte una jove irlandesa trenca a plorar per la borratxera i perque al bar sona Dust in the wind i li torna al cap el funeral del nuvi de la seua germana, un xic de vint anys traspassat per una malaltia fulminant. Jo imagine un fred i uns núvols del diable, rostres rogencs, corbates descol·locades, fetges hipertrofiats, desmais insuportables mentre la cançó ompli els ulls dels que es mantenen en peu amb les consabides racions d´absurditat, llàgrimes i malenconia. Entre sanglots ens conta que des d´aleshores va perdre tota fe en qualsevol forma de trascendència, tota esperança de redempció per part d´un déu injust i arbitrari. En eixir del bar, una planta diminuta i tan verda com Irlanda lluita, entre la grisor desoladora del carrer, per acomplir el seu destí absurd i heroic al mínim espai que deixen la vorera i l´asfalt, amb una tenacitat que sempre em commou de la mateixa manera.

divendres, de maig 15, 2009

BOB DYLAN EN EL GIMNASIO


Desde hace algún tiempo tenía la dolorosa percepción de que, al margen de cuatro privilegiados, llegados a cierta edad el cuerpo se afloja y anquilosa, ya no vives de rentas, y operaciones tan simples como alargar el brazo para recuperar un objeto que ha rodado hasta debajo de un mueble puede desencadenar un tirón que, bajando por el cuello hasta medio brazo, te obligue a la analgésica blasfemia durante horas. O incluso durante días.

Por cosas como esa, y por poder entregarme de tanto en tanto con moderación a mis queridos excesos con algo menos de carga moral, me apunté al gimnasio. Contra todo pronóstico, después de mi flamante pero lenta adquisición de la ropa adecuada -a estas cosas tan duras uno debe mentalizarse poco a poco-, ahí me vi yo frente a docenas de tipos sudorosos, hostiles máquinas y el rumor de televisores siempre en marcha.

Algo aterrado, y como buen panoli recién llegado opté entre salir corriendo -una forma de gimnasia como otra cualquiera- o pedir auxilio al monitor, por lo que finalmente me decidí. Me preguntó qué quería. Descartada la posibilidad de pedirle unas bravas y una cerveza, le conté unas cuantas mentiras: perder bastante peso, poder correr la maratón, hacer algunas acrobacias de película porno, etc., etc. Me indicó que podía empezar por la bicicleta y así lo hice. Luego ya he hecho marcha por mi cuenta: autodidacta que es uno. Podrán ustedes recordármelo cuando les cuente mi lesión muscular irreversible.

Lo primero que llama la atención es el lenguaje. Como en toda secta que se precie, hay cierta jerga que se exhibe a la menor ocasión. Puedes oír a tu lado una conversación como esta: ¿Vas a hacer cinta? No, hoy ya no hago más cardio. Por lo visto, cardio es todo aquello que hace sudar, que pone el corazón a todo trapo y que adelgaza. Creo que en este mundo es sinónimo de aeróbico, una esdrújula que me encanta y que también se oye mucho. Hoy sólo voy a hacer aeróbico, tío.

El personal es de lo más variado. Están los muy jóvenes aspirantes a mascachapas de pelo casi rapado, o los que siempre van con camiseta de tirantes para lucir el trabajado musculamen, siempre con ese aspecto mezcla de pocas luces y cierta previsible bondad. Luego están los sexagenarios de prescripción facultativa. Son los que menos se divierten, los que están allí como cumpliendo una obligación algo penosa o combatiendo a desganadas pedaladas al colesterol. Son con diferencia los más proclives a hablar, y yo pego palique con ellos a menudo. La clásica y entrañable cuota sodomítica se deja ver poco, aunque supongo que el tomate se cuece en las duchas, territorio místico por excelencia y que yo no he pisado por razones de proximidad domiciliaria y cierta aprensión por los baños colectivos que cultivo desde pequeñito. Pero en general hay poca alegría para mi gusto, y todos parecen tomárselo demasiado en serio, y en según qué aparatos algunos ponen caras extrañísimas, al borde del definitivo colapso. La devoción casi siempre es mala.

La proporción de hombres y mujeres es como de tres a uno. Un desastre. Descontadas para la contemplación las sexagenarias -que no para el palique-, si coges una sesión poco concurrida te quedan para llevarte a los ojos apenas media docena de eternidades. De vez en cuando los dioses se ponen de tu parte y te dejan caer en la cinta de delante una veinteañera corriendo mil kilómetros mientras la cinta -ese milagro estático- mantiene el prodigio de la carne que va y viene pero sin irse. Nada que ver con la fugaz visión de las calles que se pierde en un visto y no visto. Es cuando el espíritu olímpico se apodera de uno y los ocho minutos previstos se transforman en quince, veinte, los que sean que se ha marcado tu improvisada acompañante y a la que no abandonarás.

Para combatir cierta sensación de pérdida de tiempo he recuperado el iPod que compré hace siglos y casi no utilicé y que además parece formar parte del uniforme de casi todos los que sudan en silencio. Si tengo el día pedante de cojones, me arreo alguna de las conferencias que me bajo de la web de la Fundación Juan March, que por cierto les recomiendo. Pero lo mejor ha sido recuperar el Highway 61 Revisited de Bob Dylan, un disco al que en su momento no hice demasiado caso y al que ahora he pegado unas cuantas vueltas para disfrutar y descubrir que, sólo para este año, la mejor canción de Dylan de todos los tiempos es Queen Jane Approximately. Algo bueno de verdad tenía que tener todo esto.


dijous, de maig 07, 2009

SEMPRE ADORADA PATRONA (TRÍPTIC)


Arreplegàvem flors com qui arreplega desitjos. Les demanàvem o furtàvem als veïns després d´haver arrasat les nostres. Bastava com a excusa del delicte o del atreviment el seu devot destí. Des de la terrassa, el meu avi ens mirava amb una ironia no verbal que només ara he entés. Guiats pels majors fèiem absurdes i festives corones o garlandes d´una breu però eterna ofrena pagana que fidelment complíem tant com ignoràvem. Després les trencàvem i el lleuger i oloròs fruit dels pètals queia mansament dins d´improvisades caixes o vulgars borses. Increïblement, la vesprada de diumenge s´omplia de felicitat i de benèfiques ombres -les nostres, les dels arbres, les del insinuat estiu- que s´allargaven entre una atmòsfera daurada, feta tota de llum i ara gravada en la meua personal mitologia. Encara no ho sabíem, però aquell era un dels últims jocs d´una infantesa que corria el seu tram final com la neu feta aigua d´eixa mateixa primavera i que mai havíem vist, que tardaríem encara en tocar.



Els meus tios passaven a per mi cap a les set del matí. Jo els volia molt i ja han mort i els tire molt en falta i aquell jo creia en ells i en el que deien més que en la maredeueta, i tot el seu bagatge temperamental i primari era per a mi més que un referent o una herència indefugible. Calia ser valencià d´eixa única manera. Una barreja caòtica de fidelitats variades i veladament incompatibles: una harmonia tan impossible com necessària, un bàlsam per a consciències algo fosques. Allí estàvem els bons valencians. La missa d´Infants començava quan el fred de la nit acabava de desaparèixer. El cel perdia en uns instants els malves i els blaus intensos. Sempre feia sol. Jo mirava el perfil retallat de la basílica, els coloms endormiscats com pedres blanques ací i allà, la lluentor primerenca de les fulles dels arbres. Al meu voltant sempre algú reclamava silenci o atenció amb certa impertinència i un tan lleuger com evident grau de fanatisme. Els pits mostraven desafiants medalles religioses, consignes identitàries, devocions o emocions tan bàsiques com sinceres. Les mans un periòdic que en realitat era un garrot o una bandera.



La processó exhibia el seu seguici conegut i insofrible: dones de negre amb pentinats ridículs i mantilla, fantasmes de variats llençols, ordres i aspectes com d´altre segle, molt discutibles glòries locals, fallers ritualistes i inacabables, creus dignes de reptar de nou al turc, a qualsevol turc. Tot davant d´un públic que es retroalimentava amb l´espectacle. Un jo adolescent o encara molt jove suportava la ressaca de la vespra com podia, fixava els ulls en els pits de les dones, en les fugaces aixelles, en els culs. Els engonals els imaginava. Mirava també el balcó aquell ara buit del carrer de la Bolseria, on tantes vegades va assistir, després d´arreplegar flors al Vedat com un joc més d´infantesa, a una festa dels sentits més que de les ànimes. La vesprada es diluïa contra la seua voluntat mentre el volteig de les campanes es feia més i més proper o intens. De sobte, al cantó del Tossal es sentia una remor que es transmetia com un corrent elèctric fins on jo estava. Enmarcat pel carrer, el cel era ja una perfecta i potent franja que per uns segons exhibia el blau exacte que tenen els somnis. Els pètals començaven a caure en una pluja delirant i perfecta. La llum dels fanals que duia la imatge donava el contrapunt de realitat a les mil variants del groc, del roig o del blanc que tapaven la vista. Després aquell jove encara ressacòs tornava a casa entre carrers estrets on es barrejava l´olor de les flors xafades i de l´encens com un aroma pagà, antic, inoblidable.