dissabte, d’abril 24, 2010

ELOGIO DE SEVILLA


...la más bella y populosa ciudad, un infierno soñado.

Lope de Vega


A pesar de ti y de tanto como me habías contado, llegué algo temeroso, vencido por el tópico: el peor estereotipo andaluz, cierta lejanía sentimental por necesidad de salvación buscada, un exceso folklórico mal aplicado, de tabla rasa, con el que nos hicieron comulgar en una importación falsa, de un éxito incontestable.

Aunque en realidad todo se diluyó antes de llegar. Frente a las ideas preconcebidas nada como las realidades. Frente al supuesto árido páramo, un invierno ferozmente lluvioso había dejado los últimos cien kilómetros como verdeantes y suaves colinas a las que el sol último de la tarde prestaba un aire de ensueño, cansados ya de las horas de viaje.

En la noche, recién llegado, algunas avenidas de la ciudad me trajeron recuerdos imposibles de algún enclave colonial que en realidad no conozco. Imágenes de Cádiz o de La Habana, barroco exultante y antiguo, el omnipresente albero singularizando las fachadas. Pero el eco caribeño lo disolvían los nazarenos plantados en los semáforos, la alegría contenida de la madrugá, las tabernas tapizadas de fotos de vírgenes, el sabor algo acre de las primeras manzanillas.

Al día siguiente, para entender casi todo bastó bajar del coche entre el aire y las aceras inundadas de azahar en una calle de aquel barrio de Heliópolis del que tanto me habías hablado. Te imaginaba transplantada, niña de ocho años con tus recuerdos tan vivos de la calle Viciana o de Mossén Milà, cuando no sabías que ibas a encontrarte con el que sería para siempre tu colegio, o con las que se convertirían con obstinada fidelidad en tus amigas. O con la casa aquella que me gustó tanto como sus habitantes, y el olor del incienso que humeaba junto a la entrada como una muestra de piedad antigua, y simpatías al primer golpe, y más olores nuevos y viejos que me facilitaron una cercanía que deseaba y que llegó sola.

En la tarde al sol, no pude evitar compararme, comparar tu infancia y la mía, mi colegio entre asfalto o un continuo rumor de autobuses y el tuyo entre aquellas calles tranquilas, delicadas y amables, pobladas de naranjos. Supe que era un lugar en el que podría vivir siempre. Un olvido perfecto de la ciudad que no quieres olvidar. Y entendí muchas cosas. La fidelidad a toda aquella parte de tu gente, la mítica de la última infancia y la adolescencia entre árboles, el bar de los bocadillos, la plaza del Avelino, los cielos que perdiste, un apego azaroso que deviene irrenunciable, terco, definitivo.

Al límite del barrio de Santa Cruz encontramos la calle del Aire, la sombra eterna de Luis Cernuda en la ciudad que tanto detestó y a la que tanto añoró durante muchos años de plomo, en otro mundo. Fue fácil imaginar la gloria incomprendida del poeta en aquella calle estrecha, y se adivinaban interiores donde el frescor de los azulejos en la umbría aliviaría las espaldas como un bálsamo turbio en las horas más duras del verano.

El Guadalquivir espejeando la ciudad, el puerto inverosímil, los jardines de Murillo, las palmeras como referentes o guías, tu calle Betis, la impresionante catedral y su torre como bastante más que un reclamo turístico, los pasos que pudimos ver desde aquel balcón, al alcance de la mano, toda una imaginería del dolor que en realidad no se cree nadie porque todo es demasiado hermoso, demasiado evidente, todo es parte de un juego que escenifica y proclama la primavera y las horas largas que anuncian el verano.

Todo se presta al halago fácil, al tópico cursi, almibarado. Pero todo es verdad. Son verdad las plazas en las que como un asalto te inunda el olor del azahar, es verdad el festín de los bares o las tabernas. Son verdad los señoritos de mierda peinados como estampas de otro tiempo, los capillitas, las calles adorables intuídas anticipadamente, la medida humana de la ciudad, los toros, la belleza en la noche. Es verdad Triana y el puente de Triana. Y fueron verdad los barcos de América remontando el río, el sueño del oro, los siglos perdidos, una gloria que no es la mía pero que incorporo, enfermo de historias que cuentan los libros o que tú me cuentas, enfermo de ti, obstinada, feliz, irrenunciablemente.