divendres, de desembre 12, 2008

MEMORIAS ANTICIPADAS




Cualquier domingo de un invierno que ya huele a primavera. La ciudad parece despertar definitivamente de su muy particular y modesto letargo, de ese invierno como de broma pero con algunos días de frío castigo. Puede ser 1.964 o 1.965. Mi padre baja ligero la escalera, saluda vecinos, esquiva el tranvía que se pierde hacia las torres y acaba comprando tabaco en la paradeta habitual. En casa -un piso alquilado en la calle Murillo- han quedado la hermana pequeña durmiendo con la plenitud o la sinceridad con que se duerme a esos años, mi abuela iniciando las previas de una comida a la que vendrán las hijas casadas y los primeros nietos, y el hermano que sigue encerrado en su cuarto estudiando, siempre estudiando. Mi abuelo salió hará ya más de una hora a tomar café con los amigos en el sitio de costumbre.

El domingo es el único día en que su trabajo en el banco le permite disfrutar de una mañana libre. Ya es, en esencia, lo que será siempre: un hombre bueno. Aún no sabe que le esperan muchos años de madrugar, muchos domingos como ese, mucha gente por llegar a su vida. Sabe que todavía es joven, casi muy joven, pero ya siente con una extraña determinación que pronto deberá casarse, tener piso propio y esperar a los hijos que sin duda vendrán. Felizmente, no se hace demasiadas preguntas. Es lo que toca hacer y lo que hará.

Enciende un cigarro con ese gesto tan estudiado de las películas americanas, mira el reloj y comprueba que aún falta más de media hora para acudir a recoger a su amigo, tal y como habían quedado la víspera. Para hacer tiempo, recorre las calles de su barrio, llega hasta la plaza del Mercat, mironea -él y todos- a dos insólitas extranjeras que contemplan la Lonja, compra el periódico y vuelve a subir. En la calle Moro Zeit el sol casi alcanza la vertical y la inunda de luz de domingo. Allí vive Tomás, Tomaset, el mejor amigo de mi padre, y al que muchos años después un coágulo rebelde y miserable dejará para siempre sin habla ni apenas movilidad en el transcurso de una operación supuestamente banal. Pero ahora -como una cruel paradoja anticipada- es un joven muy hablador y divertido, que hace de la simpatía un arma para las batallas de la edad o de la vida.

Toman cerveza y habas en la Pilareta mientras discuten de fútbol o de mujeres. Después callejean sin rumbo y a su paso las iglesias se van vaciando de fieles y en las pastelerías empiezan a pedir turno señores con corbata. La mañana y las calles van perdiendo cierta pureza natural y se van transformando en una mezcla de respetabilidad burguesa y de resignados hábitos o convenciones. De una ventana surge y se derrama por las aceras una canción que reconocen. Quizás sea Run Around Sue, aunque nunca sabrán su nombre.

El tranquilo callejeo termina, como viene siendo habitual últimamente, en Monterrey, una cafetería de moda -snack bar, nada menos- junto a la calle de Sant Vicent, justo enfrente de la puerta lateral de Sant Martí. Quizás otra cerveza, quizás un vaso de vino. Allí saludan a algún conocido y hacen planes para la tarde. Ir a bailar es una posibilidad bastante frecuente. Mi padre hace un gesto imperceptible y en el que sin saberlo evoca un limbo inexistente y en el que bailamos unos cuantos. Esa tarde conocerá a mi madre.

Alguno de los amigos allí encontrados lleva una cámara. Posa´t ahí, Toni, i te faig una foto. ¿Ahí? Sí, perfecte. Clic. Ja està.

4 comentaris:

Comtessa d´Angeville ha dit...

plas plas plas plas plas

mire que ve per ací cada poc temps, però quan ho fa, ho fa de puta mare.

morena ha dit...

Me gustan estas historias con las que hos sorprende cada vez más.

Un beso

Vicè ha dit...

No tinc paraules, no en poden haver. De puta mare. Gran relat, crack.

Anònim ha dit...

M'encanta, m'encanta, m'encanta!!!!
Genial, ja t'ho vaig dir el divendres, escriu un llibre!, m'alegra moltíssim haver-te conegut!, persones com tu conec molt poques!

Petons, Mayte.