dimecres, de desembre 31, 2008

¿DÓNDE FUERON LAS FLORES?


Ayer me crucé con dos hippies, y parecían de verdad. Quiero decir que no eran dos capullos disfrazados. Tendrían más de sesenta años, hablaban entre ellos en inglés, pieles muy morenas y envejecidas, muñecas y cuellos con abalorios variados, ropa salida de otro mundo. No sé qué se les habría perdido en una ciudad que está tan a la última idiotez como la nuestra.

Tengo muy poco de hippie. A pesar de eso, siempre me atrajo fuertemente no tanto el hippismo en sí -que también- sino todo lo que lo rodeó y significó. Me sigue fascinando la explosión casi desde la nada de un movimiento que dio la réplica y la vuelta a una serie de convenciones, de modos de vida incluso, que en algunos casos provenían directamente de una moralidad del medievo. O del infierno.

Y por supuesto me encanta la facilidad de literaturización de todo eso: el verano del amor, Allen Ginsberg y sus moviditas, Woodstock, las comunas, California, Berkeley, una música realmente prodigiosa que con seguridad torció la línea recta para siempre, utopismo a chorro, la elección de los colores como una fondo sobre el que vivir y que probablemente hoy nos cuesta entender cuánto significó, el sexo como arma de liberación, las drogas con su utilización candorosamente ingenua pero tan bienintencionada...

Cuando todo se hizo demasiado evidente y empezó una politización en realidad no real, o cuando llegaron los escándalos o los tarados tipo Charles Manson, los mejores o los más atrevidos optaron por la diáspora gloriosa: Estambul, Kabul, Katmandú, Lahore, las playas de Goa y las varillas de incienso como ofrenda única al más allá, mientras languidecían o se morían en esas u otras partes del camino entre recuerdos de juventud y sueños cumplidos a medias, muy a medias.


Felizmente su legado sobrevive en hábitos que llegaron para quedarse. Aunque en el fondo lo que suponía todo aquello -creo habérselo leído a Marvin Harris- era una revolución que en nada inquietaba a las estructuras de hierro del sistema, y es por lo que no se la combatió con excesiva ferocidad por parte de los de siempre. Sabían -son gente muy preparada: no lo olviden para la próxima- que todo aquel movimiento supuestamente contracultural llevaba dentro su propio veneno, y sólo era cuestión de tiempo. Pudo escandalizar a más de un padre, pudo dar una apariencia más o menos intensa de cambio o subversión, pero la propia esencia de inacción del movimiento -ese pacifismo a ultranza- en realidad lo desarmaba frente al orden establecido y frente a nuestra propia naturaleza. Para los que de verdad gobernaban y gobiernan el mundo y lo miran desde sus altas ventanas, el espectáculo no pasó de ser una fiesta ingenua y colorista, que en ningún momento puso en peligro -ni de lejos- los privilegios de unos cuantos.

Nunca una revolución fue en realidad más inocente o más inocua. Nunca más hermosa.

dijous, de desembre 25, 2008

CANCIÓN DE NAVIDAD


Nunca me gustó demasiado la Nochebuena. Uno es como le han hecho, y a estas alturas cambiar parece algo complicado. La tarde que la precede me sigue resultando extraña, con gentes apresuradas de aquí para allá y comercios que cierran más pronto de lo normal. Es como una tarde que se cierra en falso, algo inacabada. Y después la cena, con cierto protocolo que se da un aire como impostado. Quizás la culpa sea mantener el mismo escenario de tantas cenas de diario y hacer algo especial sin que el entorno físico lo sea especialmente.

De cuando niño recuerdo perfectamente la llegada de mis abuelos, a media tarde, cargados con parte de la cena, él con su selección de frutos secos o los langostinos y su mejor o único traje, con su eterno sombrero -"¡fa un fred que pela!"- y mi abuela con las manos que habían cocinado aproximadamente un millón de platos dispuestas para ayudar a mi madre con la cena.

Después todo transcurría como muy rápido. Más rápido en cualquier caso de lo que se suponía que aquel sarao debía durar. Sorprendentemente dábamos cuenta del botín en un visto y no visto -no sin ponderar los adultos en sus repetidos, eternos y algo cansinos comentarios la bondad o no de lo tragado-, y todo más o menos ya había acabado. Nunca fuimos de ir a misa -entrañable no costumbre que seguimos no manteniendo-, pero aquellos años míos de niño eran los de los dos únicos canales de televisión, y en la 2 -entonces bajo el inquietante acrónimo UHF- daban la del Gallo desde Roma, de cuya puntual visión, ya con sueño, me quedó un recuerdo francamente tristón, casi siniestro.

Después vinieron los años en los que la Nochebuena me gustaba porque era una gran noche para salir. Ahora que mi abuelo ya no está y mi abuela es apenas una sombra que sólo piensa y espera, me maldigo por la prisa que yo inducía para llevarlos a su casa en aquel descacharrado Ford Fiesta mío -dónde estarás, viejo camarada-, y no disfrutar con ellos más horas que en aquel momento no valoré en lo que valían. Pero entonces, cuando los dejaba en la calle Túria, se abría la noche con el esplendor que acostumbra a ciertos años, y hubieron unas cuantas Nochebuenas gloriosas en las que reunirnos todos a partir de cierta hora y aquellas primeras copas en Cavallers de Neu eran el preludio de una noche magnífica, con sus habituales dosis de borrachera, risas y búsqueda algo desesperada -lo importante es participar, amigos- de sexo.

Pero lo que siempre me gustó y aún me gusta es el día de Navidad. La mañana en la feria o en el Jardí Botànic, el habitual día frío pero muy soleado, la llegada a casa de los abuelos, los primos, aquel maravilloso jaleo, la sopa cubierta, la carne mechada, aquella inmensa macedonia de frutas, los turrones, los polvorones, las nueces -"quina ardor que tinc; trau, trau l´aigua de Vichy"- y lo mejor del día: las estrenas. Hacíamos la ronda de la mesa felicitando a los adultos y nos arreaban aquellos billetes casi míticos, nuevos y que olían a nuevo -mi padre lo tenía fácil: era bancario, que no banquero- sobre cuya cantidad final especulábamos como pequeños avaros entre nosotros mientras hacíamos cábalas acerca de cómo y en qué nos los machacaríamos.

Hoy nos toca cambiar de posición y daremos a los nuevos llegados -porque nos gusta y porque es de ley- sus primeras estrenas.

dissabte, de desembre 20, 2008

DE CARRERS I POETES


Omplir un imprés per a fer un Alta d´Autònom pot tindre curioses consecuències. Sobretot quan tens que buscar el codi postal del aspirant a Autònom a la voluminosa guia que conté tots els codis per poblacions i carrers.

Si tens el dia -per exemple- desficiós, pots deixar córrer la vista per la llarga nòmina de poetes que figuren com a tals per la llista de carrers de la ciutat. És una llista arbitrària, feta a colps d´excavadora, francament poc internacional, i amb moltes vergonyoses i il·lustres absències.

Per raons purament alfabètiques, s´inicia el recordatori etern amb els poetes àrabs de la terra: Aben al Abbar i Al Russafí. ¡Ah, si algú dels guardians de les essències coneguera de les veleitats sodomítiques del Russafí i cóm cantava les esbeltes cintures dels seus amants masculins en aquells mítics jardins de la mítica Russafa...! Segur que si s´enteren li lleven el carrer i tot, al pobret.

Respecte als que venen després, la immensa majoria són poetes del vernacle, dòcils en general i de tall àmpliament jocfloralesc, i la llista és llarga: Alberola, Altet, Cabrelles, Artola, Asins, Badenes, Liern, Llombart (este no massa dòcil, no), Llorente (¡el patriarca!), Mas i Ros, Monmeneu, Navarro Cabanes... Altre dels jocfloralescs, el poeta Querol, disfruta d´un carrer ample i cèntric (codi 46002), de famílies benpensants però amb poca memòria, i que probablement ni imaginen que l´insigne i valencianíssim poeta va titular el conjunt de la seua obra com Rimes Catalanes. Poca broma amb tot açó, perque si arriben a enterar-se, l´anatema està servit, i el carrer probablement per l´aire.

N´hi han poetes que han eixit clarament guanyant, i tenen més rellevància morts de la que vius no podien ni somiar. És el cas d´Emilio Baró (codi 46020), que ha esdevingut un dels carrers més coneguts de la ciutat, i del que ningú sap ni on paren els seus llibres. Molt prop d´allí, i al mateix codi postal, el poeta Carles Salvador té el seu carrer al cor del seu benvolgut Benimaclet. La quota de correcció política la cobreix (i de llarg: codis 46006, 46007, 46020 i 46026) el plorat Federico García Lorca. La d´incorrecció -eren altres temps- la donen dos poetes catalans: el beatífic Mossén Jacint Verdaguer (codi 46008) i l´homèric Joan Maragall (codi 46007).

Però algun regidor despistat o líric -qui sap si malalt per fer versos- va ser qui va donar a la llista de carrers el nom més poètic de tots, i que curiosament tanca la llista com un lleuger i emotiu homenatge a tots aquells que en algun moment han sentit la temptació de la forma més alta de literatura: carrer dels Poetes Anònims (codi 46020).


divendres, de desembre 12, 2008

MEMORIAS ANTICIPADAS




Cualquier domingo de un invierno que ya huele a primavera. La ciudad parece despertar definitivamente de su muy particular y modesto letargo, de ese invierno como de broma pero con algunos días de frío castigo. Puede ser 1.964 o 1.965. Mi padre baja ligero la escalera, saluda vecinos, esquiva el tranvía que se pierde hacia las torres y acaba comprando tabaco en la paradeta habitual. En casa -un piso alquilado en la calle Murillo- han quedado la hermana pequeña durmiendo con la plenitud o la sinceridad con que se duerme a esos años, mi abuela iniciando las previas de una comida a la que vendrán las hijas casadas y los primeros nietos, y el hermano que sigue encerrado en su cuarto estudiando, siempre estudiando. Mi abuelo salió hará ya más de una hora a tomar café con los amigos en el sitio de costumbre.

El domingo es el único día en que su trabajo en el banco le permite disfrutar de una mañana libre. Ya es, en esencia, lo que será siempre: un hombre bueno. Aún no sabe que le esperan muchos años de madrugar, muchos domingos como ese, mucha gente por llegar a su vida. Sabe que todavía es joven, casi muy joven, pero ya siente con una extraña determinación que pronto deberá casarse, tener piso propio y esperar a los hijos que sin duda vendrán. Felizmente, no se hace demasiadas preguntas. Es lo que toca hacer y lo que hará.

Enciende un cigarro con ese gesto tan estudiado de las películas americanas, mira el reloj y comprueba que aún falta más de media hora para acudir a recoger a su amigo, tal y como habían quedado la víspera. Para hacer tiempo, recorre las calles de su barrio, llega hasta la plaza del Mercat, mironea -él y todos- a dos insólitas extranjeras que contemplan la Lonja, compra el periódico y vuelve a subir. En la calle Moro Zeit el sol casi alcanza la vertical y la inunda de luz de domingo. Allí vive Tomás, Tomaset, el mejor amigo de mi padre, y al que muchos años después un coágulo rebelde y miserable dejará para siempre sin habla ni apenas movilidad en el transcurso de una operación supuestamente banal. Pero ahora -como una cruel paradoja anticipada- es un joven muy hablador y divertido, que hace de la simpatía un arma para las batallas de la edad o de la vida.

Toman cerveza y habas en la Pilareta mientras discuten de fútbol o de mujeres. Después callejean sin rumbo y a su paso las iglesias se van vaciando de fieles y en las pastelerías empiezan a pedir turno señores con corbata. La mañana y las calles van perdiendo cierta pureza natural y se van transformando en una mezcla de respetabilidad burguesa y de resignados hábitos o convenciones. De una ventana surge y se derrama por las aceras una canción que reconocen. Quizás sea Run Around Sue, aunque nunca sabrán su nombre.

El tranquilo callejeo termina, como viene siendo habitual últimamente, en Monterrey, una cafetería de moda -snack bar, nada menos- junto a la calle de Sant Vicent, justo enfrente de la puerta lateral de Sant Martí. Quizás otra cerveza, quizás un vaso de vino. Allí saludan a algún conocido y hacen planes para la tarde. Ir a bailar es una posibilidad bastante frecuente. Mi padre hace un gesto imperceptible y en el que sin saberlo evoca un limbo inexistente y en el que bailamos unos cuantos. Esa tarde conocerá a mi madre.

Alguno de los amigos allí encontrados lleva una cámara. Posa´t ahí, Toni, i te faig una foto. ¿Ahí? Sí, perfecte. Clic. Ja està.

divendres, de desembre 05, 2008

BREVE Y DEVOTO HOMENAJE A LUIS ANTONIO DE VILLENA



Agonizo otra vez,
al borde de otro día.