dimecres, de febrer 25, 2009

LA CLEMENZA DI TITO


Un breve paso por un sarao de viernes tarde improvisó los planes del domingo. Se condicionó únicamente a la bondad del día, a la falta de otros compromisos insalvables, a la dormida plena de la noche del sábado. A lo que de uno depende y a lo que no.

Y el domingo amaneció radiante. Y todos unánime y extrañamente sobrios. Sonaban los teléfonos, se hacían encargos, se confirmaban futuros inmediatos.

Al final, doce o catorce adultos. Y siete niños, todos entre los cuatro y los seis años. Unánimes hasta para engendrar. Un destino terco, tenaz, y de algún modo improvisado.

La casa en Estivella ya nos conocía de otras veces. O de muchas, y todas memorables. El día parecía haberse conjurado en repetir su liturgia de anticipos y esplendores, y a las dos de la tarde el sol calentaba por igual naranjos que se desperezaban, paquetes de papas amontonados en absurdas cantidades, abandonadas chaquetas o suéters de los más precavidos o cobardes, el agua verde de una piscina a la que saludábamos como a un enfermo a punto de iniciar su cíclica remontada.

Las cervezas se agotaban mientras el anfitrión, transformado en titán, Vulcano en dos fraguas, lidiaba con su arte habitual una paella para los mayores y, al mismo tiempo y a cincuenta metros de allí, un arroz apto para menores. Increíblemente con todo pudo; como suele, a todos dejó satisfechos. Un esfuerzo que no siempre se reconoce en lo que vale.

Y se repetían las cosas incansables: las risas, la música, el dejarse ser sin más, el habitual tintineo de vasos o botellas, las demandas de más hielo. Y el sol tan agradecido de febrero. No faltó de nada. Hasta uno de los niños vomitó como un dragón recién comido.

Fue como una primavera plena anticipada. Los niños jugaban y se perdían entre los árboles mientras nosotros caíamos en cierta somnolencia propia de la edad o de la hora. Enjambres de miles de insectos ejecutaban su danza frenética y el sol poniente les robaba su invisibilidad sobre las hojas brillantes de los naranjos. Había una luz que no quisiera olvidar nunca. Yo pensé que todo era un ensayo casi general de las glorias tan queridas del verano.

El Garbí acabó por comerse el sol y el día comenzó su retirada. En el húmedo pasillo del huerto, antes de llegar a la casa, las flores blancas de un ciruelo inmenso aparentaban agradecer la sombra recién llegada, y el árbol parecía disfrutar cierta umbría que resaltaba aún más su belleza. O quizás simplemente nos despedía.

2 comentaris:

Forlati ha dit...

El rellonge li marca les hores del revés. Després de l'anterior i esplèndit relat estival nos regala este entremés que apunta als primers brots de la primavera. Salut gran!

Vicè ha dit...

Poeta!