dissabte, de novembre 14, 2009

TREBALLS D´AGRAÏMENT


Disciplinadament jo observava a ma mare mentre ella mirava a un costat i a l'altre del carrer des de la balconada i en un moment molt concret em donava l´ordre de creuar. Jo caminava ràpid i orgullós els quatre o cinc metres que separaven una vorera de l'altra i que significaven haver assolit un cert grau de maduresa. En una mà duia un saquet per al pa fet per la mateixa que vigilava atemorida els meus passos. El puny de l´altra mà estrenyia amb molta més força de la necessària algunes monedes que estaven destinades a fer efectiva la meua primera i solemne transacció mercantil. Hi havia un moment en que ella em perdria de vista: el forn estava al girar un cantó, fora del seu abast. Recorde l´ordre ineludible de només entrar demanar el torn. I no recorde si n´hi hagué ocasió de demanar-lo. O si eren molts, pocs, o ningú els parroquians que tindria davant i que podrien fer que oblidara les dos barres de quart, la mitja dotzena d´ous i el paquet de rosquilletes que jo memoritzava amb força repentint-los. De ben segur era un dissabte de matí sempre assolellat.

Imagine els seus ulls clavats com desitjades i protectores mans en la meua esquena fins on li permetia la cruel geometria del carrer. Imagine la seua moderada por quan els minuts s´allargaven més del que havia calculat, el breu penediment per haver permés un capritx de xiquet, la seua calma al veure´m tornant i carregat d´un somriure triomfant i d´un saquet ple.

En eixos minuts massa llargs que ma mare passà pensava ahir quan tornava amb ella de Serra. En les llargues hores que ara passa tots els dies fins que anem a arreplegar-la a les acaballes de cada dia. En les moltes formes de bellesa, de patiment o d´amor que conformen certa i molt estimada masa de carn, sang i ossos sempre diversa i sempre irrepetible.

dijous, de novembre 05, 2009

PLASTAS CONTEMPORÁNEOS: 2) LOS KIKOS



Lo peor es lo de la guitarra. Quien ha padecido una celebración de estos alegres catecúmenos sabe hasta dónde puede llegar el dolor. Cantan y cantan sin cesar espantosas tonadillas al ritmo de las sufridas seis cuerdas durante ceremonias interminables, repletas de niños, y llenas de incondicional exaltación.

Entre los más jóvenes de ellos, algunos gustan de adoptar un cierto aire falsamente hippie, algo sesentero, con el que de algún modo inconsciente intentan disimular la fuerza de la reacción que les anima. Pequeñas cruces de madera policromada con rústico hilo al cuello, cabellos algo más largos de lo que la ortodoxia tolera, adolescentes barbas ligeras y descuidadas de inequívocos aires nazarenos, de vez en cuando un taco, una opinión levemente descarriada... Los mayores los miran con cierto orgullo, creen ver una rebeldía que en modo alguno existe y que condescendientemente toleran con estudiada resignación generacional. Ah, los jóvenes... ya se sabe.

Se nutren de algunos colectivos ignorados por la sociedad, de personas a las que la vida abandonó o maltrató en cualquier esquina, y sobre todo de una endogamia feroz, conejil, prolífica hasta extremos inconcebibles, y que hace que sus vidas giren estrictamente entre el templo y los pañales, entre la terrible guitarra y la monovolumen de ocho plazas, entre la exégesis muy interesada de ciertos textos y la repetición -al estilo de las mejores madrasas islámicas- de supuestas verdades de realidad más que dudosa.

Son los responsables de que el cristianismo no sea todavía una extravagancia aún más minoritaria, los que llenan los estadios y los encuentros papales con furor francamente incomprensible para personas civilizadas, los que truenan -guitarra en mano- contra el aborto, el divorcio, el sexo fuera de la procreación y los orificios habituales, la eutanasia, la homosexualidad, la libertad, los que detestan íntimamente la modernidad y todo lo que implica.

Retirado el Opus Dei a sus turbios negocios de costumbre, los kikos se saben de algún modo la vanguardia y la force de frappe de un cristianismo acomplejado, vencido por la sociedad civil, y exhiben con orgullo su condición debidamente aleccionados, con resultados francamente patéticos. Que los niños participen alegremente en todo este disparate tiene un pase: el de la magia bendita y necesaria a determinadas edades. Pero cuesta entender en individuos adultos cierta simpleza psicológica, cierta renuncia al conocimiento o a la inteligencia salvo que enmascare un reaccionarismo casi genético, un miedo cerval al desorden y una necesidad de fijar referentes fuertes, aun a despecho de una pérdida de humanidad que paradójicamente sin cesar predican.

Aunque lo peor es lo de la guitarra. Puestos a hacer de la ortodoxia y del fundamentalismo bandera, poco se entiende la renuncia o el ninguneo a lo mejor que la tradición estética cristiana ha dejado: el esplendor casi bizantino del culto, la emoción de las grandes catedrales, la música de Bach o Monteverdi. Y mientras tanto esta gente, en un ambiente entre maoísta y pasado de rosca, dándole y dándole a la guitarra y a canciones espectrales. Señor, qué tropa.

dimarts, de novembre 03, 2009

PLASTAS CONTEMPORÁNEOS: 1) LOS GRAFFITEROS FIRMANTES


Con nocturnidad suelen practicar sus deyecciones. De la indumentaria hacen ya triste bandera. Les encantaría ser de Baltimore o de Coney Island, y llevan como pueden sus orígenes o sus realidades. Son una infame turba sólo superada por los despistados que ensalzan sus bobadas por medio de rebuznos que indefectiblemente contienen al menos tres de estas cuatro ultrajadas palabras: urbano, alternativo, arte, creativo.

Para dar salida a sus impulsos prefieren siempre a los más desgraciados. Sus idioteces con forma de firma nunca o muy raramente ensucian las paredes o las puertas de grandes almacenes o de bancos. Les resulta más divertido -y sobre todo más fácil- dejar sus miserias en la persiana metálica recién pintada de quien acaba de montar un modesto negocio, o en el exterior de un patio que con esfuerzo unos vecinos han reformado.

Neuróticamente firman sin tregua sus nombres inventados en un inglés que desconocen, y llevan cierta contabilidad de sus hazañas, de sus calles, de sus territorios marcados con ansia de primates. Se ceban con los barrios más populares, con las plazas más olvidadas, con los rincones adorables que no debieran visitar nunca. Igual les da una vulgar tapia que un monumento de seiscientos años. Viven en un presente sin pasado y tan vacío como sus cabezas.

Son la decadencia final -y muy honda- de las viejas pintadas reivindicativas, hoy de cierta capa caída pero de antiguos y nobles orígenes: las hay en Pompeya y Herculano. O la de la prodigiosa pornografía o escatología de los cuartos de baño públicos, tampoco en su mejor momento. Firmas absurdas e idiotas contra el esplendor de vulvas y falos: un desastre muy significativo.