divendres, de novembre 07, 2008

RETORNOS


Lo de menos es la excusa. Cualquiera es buena para reunirse otra vez e intentar hacer de la celebración una fiesta, como si nosotros, los de entonces, fuéramos todavía los mismos. Hacer por unas horas como si no existiesen mujeres, ni novias, ni hijos. Ni siquiera hipotecas. Como si estar al borde de los cuarenta años hiciese necesario la creación de espejismos puntuales, endulzando con la plata vieja de la nostalgia ciertos espacios tempranos de madurez que -al menos de vez en cuando- a algunos nos vienen grandes.

Esta vez la excusa fue un pase conjunto de la adaptación cinematográfica de Retorno a Brideshead. En su día, los cuatro que ayer fuimos al cine veneramos la serie como un licor exquisito y selecto, que comentábamos después hasta el cansancio en aquellas memorables sesiones cargadas de alcohol, música y palabras, tantos viernes y sábados de Xúquer alrededor de letales cubalitros y recreando en una antinomia imposible realidad y flores de decadencia.

De todo aquello nos quedó a algunos -entre otras cosas- un invencible amor por Inglaterra en general y por Oxford en particular. Con brideshediano impulso hemos peregrinado allí un par de veces -y volveremos a hacerlo-, y hemos envidiado con saña a los jóvenes millonarios que por allí habitan probablemente sin valorar el privilegio que les ha sido dado: las inmensas praderas, el Magdalen, el All Souls, el Merton, el Hertford y su patio mítico, las pintas en The Eagle and Child y la sombra de Tolkien, los insultantes claustros, más pintas, la literatura como enfermedad total y todo lo que da forma a una ciudad detenida en el tiempo y en la que siglos de juventud han dejado una huella inextinguible.

De la película poco que decir. No levantará pasiones ni dejará grandes recuerdos, desde luego. A los de la vieja hornada, nos cuesta dar a los personajes otros rostros nuevos. Se agradece que Brideshead, la imponente mansión, sea la misma. Es también el mismo Oxford, y Venecia. Acostumbrados a la gloriosa banda sonora de la serie, la música de la película parece un pretencioso recital minimalista. Difícilmente se alcanza a ver la fascinación de la familia Marchmain y su inquietante influjo en Charles Ryder. En fin, lo mejor que se puede decir es que se deja ver. Sin duda lo mejor de la sesión fue la previa: las cervezas, el torrencial palique, las risas en la sala y esa ficción de la que hablé al principio. Por un rato pareció que volvíamos a tener veinte años.



2 comentaris:

Comtessa d´Angeville ha dit...

pues a mi no m'agradaria gens tindre vint anys, crec que lo millor està per vindre.

I no serà segur a Anglaterra, ja sabrà de quan va parlar de Londres, l'odi que li professe.

Sfrazzera ha dit...

Doncs jo amb 24 estic molt bé, no en voldría més,no!!