Ayer me crucé con dos hippies, y parecían de verdad. Quiero decir que no eran dos capullos disfrazados. Tendrían más de sesenta años, hablaban entre ellos en inglés, pieles muy morenas y envejecidas, muñecas y cuellos con abalorios variados, ropa salida de otro mundo. No sé qué se les habría perdido en una ciudad que está tan a la última idiotez como la nuestra.
Tengo muy poco de hippie. A pesar de eso, siempre me atrajo fuertemente no tanto el hippismo en sí -que también- sino todo lo que lo rodeó y significó. Me sigue fascinando la explosión casi desde la nada de un movimiento que dio la réplica y la vuelta a una serie de convenciones, de modos de vida incluso, que en algunos casos provenían directamente de una moralidad del medievo. O del infierno.
Y por supuesto me encanta la facilidad de literaturización de todo eso: el verano del amor, Allen Ginsberg y sus moviditas, Woodstock, las comunas, California, Berkeley, una música realmente prodigiosa que con seguridad torció la línea recta para siempre, utopismo a chorro, la elección de los colores como una fondo sobre el que vivir y que probablemente hoy nos cuesta entender cuánto significó, el sexo como arma de liberación, las drogas con su utilización candorosamente ingenua pero tan bienintencionada...
Cuando todo se hizo demasiado evidente y empezó una politización en realidad no real, o cuando llegaron los escándalos o los tarados tipo Charles Manson, los mejores o los más atrevidos optaron por la diáspora gloriosa: Estambul, Kabul, Katmandú, Lahore, las playas de Goa y las varillas de incienso como ofrenda única al más allá, mientras languidecían o se morían en esas u otras partes del camino entre recuerdos de juventud y sueños cumplidos a medias, muy a medias.
Felizmente su legado sobrevive en hábitos que llegaron para quedarse. Aunque en el fondo lo que suponía todo aquello -creo habérselo leído a Marvin Harris- era una revolución que en nada inquietaba a las estructuras de hierro del sistema, y es por lo que no se la combatió con excesiva ferocidad por parte de los de siempre. Sabían -son gente muy preparada: no lo olviden para la próxima- que todo aquel movimiento supuestamente contracultural llevaba dentro su propio veneno, y sólo era cuestión de tiempo. Pudo escandalizar a más de un padre, pudo dar una apariencia más o menos intensa de cambio o subversión, pero la propia esencia de inacción del movimiento -ese pacifismo a ultranza- en realidad lo desarmaba frente al orden establecido y frente a nuestra propia naturaleza. Para los que de verdad gobernaban y gobiernan el mundo y lo miran desde sus altas ventanas, el espectáculo no pasó de ser una fiesta ingenua y colorista, que en ningún momento puso en peligro -ni de lejos- los privilegios de unos cuantos.
Nunca una revolución fue en realidad más inocente o más inocua. Nunca más hermosa.
1 comentari:
QUin post més xulo Toni! D'allò me quede amb la música, de fet el grup que porte al braç dret ve de tot allò, tripis-San Francisco-Verano del amor... De fet el cantant va ser el bateria al principi dels Jefferson Airplane.
El món està complicat canviar-lo, però de colorets tot molt millor!! Que jo si vaig casi sempre de negre és qüestió estètica perquè diuen que aprima, però que si puguera colorins colorins!!!
Bon any!!!
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