dimecres, de març 25, 2009

RECAPITULACIÓN


Al borde de los cuarenta años uno se ve obligado a hacer un cierto repaso. Un poco de reojo, porque algo te obliga a no tomarte demasiado en serio ni a echarte demasiadas culpas. Instinto de supervivencia y necesidad de mirar principalmente hacia adelante, supongo.

Lo peor en todo caso -no se asusten: en esta parte seré breve- es cuando echas las cuentas. No las de lo vivido, que son sencillas: hasta cuarenta sabe contar cualquiera. Y a estas alturas todos sabemos o tenemos batallitas con las que dar la tabarra al personal. En realidad hablo de la incertidumbre del tiempo que vivirás en ciertas condiciones de plenitud física, de los años que están por venir y de los que ignoras casi todo. Y de los que las referencias que has ido recibiendo -familiares, amistosas, literarias, cinematográficas, hasta vecinales- te anticipan tantas cosas buenas como malas. Incluso muy buenas y muy malas. Una especie de ciega lotería y a la que no recuerdas haber pedido jugar. Aunque quizás el mismo hecho de participar sea el inevitable premio por haber llegado hasta aquí más o menos entero. Cuando eran veinte años los que cumplías, todo o casi todo estaba por hacer, y las referencias que habías recibido hasta entonces -familiares, amistosas, literarias, cinematográficas, hasta vecinales- eran, en el peor de los casos y salvo trágicas excepciones, regulares o directamente buenas. Una lotería casi siempre amañada a tu favor.

Versos y prosas son los modos que he elegido para defenderme de lo incierto. De la incertidumbre, incluso del miedo, me protegen las muchas formas del afecto o del amor que nos rodean y no siempre vemos. Eso es la lírica. La prosa se nutre de recuerdos irrenunciables y buenos propósitos para el futuro.

De los recuerdos hago más que una coraza un modo de ser con el que me muestro, algo que me da señas de identidad, públicos y secretos códigos de conducta o pertenencia que procuran cierta seguridad en este maravilloso absurdo. Una compañía bastante estimable por lo que pueda pasar.

En cuanto a los ingenuos y candorosos buenos propósitos que me asaltan a bayoneta estos días, están en primer lugar los de la inesquivable línea piadosa -por mortificantes- tipo fumar menos, beber menos, comer como una monja -pero de las flacas-, perder modernamente el tiempo en un gimnasio, etc, etc. Todos de dudoso cumplimiento. Aunque lo mejor probablemente sea la firme voluntad de no olvidar los beneficios que esta edad va aportando: una experiencia de las cosas que se traduce en una sorprendente capacidad para comprender y perdonar casi todo, una balsámica y bienvenida necesidad de sumar más que de restar. Ya pasada -o casi- la juvenil arrogancia, al empezar a entender que tu desvalimiento o tu debilidad es la de todos es cuando precisamente comienzas a entenderlo todo.

Porque irse haciendo algo mayor rodeado de gente querida -tus verdaderos compañeros de viaje- es quizás el mejor consuelo que tenga cumplir años.

4 comentaris:

morena ha dit...

No sea exagerado, no está usted aún para batallitas, le quedan unos cuantos. Con respecto a lo de los propósitos, eso no es de edad sino de constancia, no se moleste. La opción de estar rodeado de los suyos, la mejor.

Comtessa d´Angeville ha dit...

Bravo, entre vosté i Desficium m'acaben d'empantanar del tot el matí. A vorem qui fa res que damunt va i ha eixit tot núvol, ni una miqueta de sol pa poder posar-me morena.

Anònim ha dit...

Que bueno. De verdad.

BT

Vicè ha dit...

Vosté és Richard Ford, no?