diumenge, de maig 31, 2009

VIDA Y DESTINO


Nada como caminar ciertas calles muy queridas en la hora última de la tarde sintiendo en la piel el fuego que el sol dejó en el primer día entregado. La visión de las torres tiene algo más que el valor del puro reconocimiento, y se traduce en una imperceptible y leve sacudida al atravesarlas. Tótem y tabú a partes iguales. La plaza de Santa Úrsula es el remanso perfecto donde pararse unos minutos y encender el último cigarrillo de la tarde o el primero de la noche. Mi insobornable costumbre de secarme de mala manera permite que el cabello aún conserve la humedad de la ducha, y alguna gota que guarda todavía la apetencia olvidada del agua puede recorrer mi espalda dolorida por el sol para hacer aún más gozoso ese momento.

Es en estos días, antes de que un calor extremo los agote, cuando las hojas de los árboles han alcanzado su color más intenso, y al mirar desde abajo sus ramas se puede contemplar el cielo como un caleidoscopio en el que únicamente reinan verdes y azules. Pero los turistas sólo miran los expuestos menús, exprimen el manoseado mapa, desean una silla y una mesa y algo de color local. Yo reprimo las ganas de contarles un millón de cosas que no les interesan. Por ejemplo que la calle Quart es una flecha curvada que lleva directa al corazón de la ciudad. Otra vez el calor y estas horas últimas de las tardes y la inminencia de la cena o la compañía o la alta noche es el revulsivo que esperaba. La felicidad a veces es sencilla y suele darse en las previas del verano. Entre agudos gritos las golondrinas caen a plomo en sus últimos vuelos antes de ceder el puesto a los ansiosos murciélagos que ya calientan motores delante de las primeras cervezas.