dijous, de gener 14, 2010

METEO


Cambiamos de despacho hacia el mes de mayo. En las inevitables idas y venidas durante la reforma, no alcancé a calibrar el prodigio meteorológico que me esperaba. Sería la falta de confianza, supongo. Pero en cuanto nos instalamos definitivamente, el portero dio rienda suelta a su furor atmosférico. "Parece que ya va haciendo calooor...", me espetó en un día brutal de julio. Esa misma tarde, hacia las cuatro, cuando las aceras se freían y yo intentaba recuperar el resuello que traía agotado de la calle, me repitió con idéntica entonación: "Parece que ya va haciendo calooor...". Supuse que formaba parte del repertorio del día, de la frase rompedora de ese silencio algo incómodo que sigue a los saludos mientras se espera al ascensor, y que la repetición se debía a un olvido o confusión con otros vecinos. Pero cuando dos días después, de buena mañana y después de los saludos de costumbre, me arreó con idéntico gesto su "Parece que ya va haciendo calooor...", supe que estaba ante un obseso meteorológico.

Desde entonces le cogí el truco y le sigo muy gustosamente la corriente. Y no hay incidencia atmosférica que quede sin el comentario oportuno. "Va a caer la de dios", dice cuando se acerca borrasca, allí, muy serio frente al ascensor. "Hace un fresco que no veas", declara con advertencia hacia los que van ligeros de ropa. "Parece mentira que estemos en noviembre...", manifiesta muy contrariado ante el cambio climático. "Por Requena -y aquí hace una pausa y un gesto con la palma abierta en paralelo al suelo y a media altura- estaban ayer así de nieve". O "Hace una humedad de miedo, pero de miedo", y ahí ya estaba yo ajustándome la bufanda nada más salir del ascensor, agradecido. "No ha parado de llover en toda la noche", me espetó una mañana al entrar, como si trasladara oficialmente el parte por el que me sabe interesado.

Y es que ha conseguido contagiarme su obsesión. El caso es que ya llevaba yo algún tiempo preguntándome la razón de mi creciente interés por la parte final de los telediarios, por el prodigio de las isobaras y las temperaturas máximas y mínimas, por las declaraciones de emergencia ante lluvias o nevadas, por las masas de aire que chocan en espacios invivibles y provocan fenómenos que se describen como luchas titánicas en las alturas. La obsesión por el tiempo es una manía que entra -cuando entra: no todos están llamados a este festín- al tiempo que se va avanzando en la madurez. Es un interés estrictamente incompatible con la juventud. Nadie conoce a un adolescente que se preocupe continuamente por el tiempo que hará, salvo si tiene prevista una orgía al aire libre.

Este hombre ha conseguido que esa manía tenga un vigilante permanente y un cómplice al que sé siempre pendiente, un camarada al que imagino expectante en casa ante la información meteorológica, haciendo callar a la mujer mientras escucha con atención el parte para las próximas horas, entre la tortilla y la fruta del postre. "¿Lo ves? Todo este calor era agua. Mira, mira la que viene", declarará satisfecho ante la familia -dedo índice cabeceando afirmativo y solitario hacia el televisor- por el éxito de sus predicciones a pie de patio.

El otro día, mientras hablábamos de la lluvia y otros fenómenos atmosféricos, sin venir a cuento le solté la frase que provocativamente le había estado guardando: "Luis, el mes que viene me voy a Londres". Como buen obseso, no tardó ni un segundo en responderme mirándome muy serio y tal y como yo esperaba: "Allí tiene que hacer un frío de cojones".

3 comentaris:

Oxímoron ha dit...

Afortunadamente, aún no me veo impelido a prestarle atención a los partes meteorológicos, síntoma positivo.
Mi padre tuvo que despedir hace poco a un empleado que manifestaba esta enfermiza y plomiza obsesión, fruto del aburrimiento y la falta de perspectivas. La especialidad del protagonista estribaba en esperar la lluvia como una suerte de castigo.
Esta especie está adquiriendo gran relevancia cuantitativa, sólo hay que ver la espectacularización (fenómeno parangonable en prácticamente todas las vertientes del periodismo) pujante de las informaciones meteorológicas.
Creo que este otoño-invierno se van a llevar mucho los chubasqueros de Canal 9.

diafebus ha dit...

Li regale una anècdota: mon pare, abans d'eixir a peixcar, li preguntava sempre a un vellet, mariner de tota la vida ¿Quin temps farà demà? I el fill de puta encertava sempre, fins a les mínimes variacions que es donarien entrat el matí o les possibilitats de que ruixara a les quatre. Sempre. Mon pare, clar, estava fascinat. Li suposava al vellet una saviea fruit d'anys d'observació de la mar. Una eficàcia ancestral per a interpretar núvols i vents, un ull entrenat durant segles en el cimbreig de les fulles de palmera a llebeig del matí. L'hòstia consagrada en tres volums, vaja. Fins que un dia, es va armar de valor i, de genolls, tremolós de respecte, transit d'emoció, li va preguntar com qui interroga al oràcul de Delfos... i vosté cóm ho sap? L'home en qüestió va moure el cap, va escopir a terra i, prenint-se el seu temps, va mirar als ulls a mon pare. Chiquet, va dir amorosament, qué tu no veus el "parte" de Canal 9 o qué?
Yo encara m'estic descollonant.

morena ha dit...

Buenísima esa anécdota Diafebus!

Bravo por el post, gracias por su humor