dilluns, de juny 15, 2009

CORPUS


Fue todo muy extraño. Pedaleaba por el entorno de Cavallers y llegué a la plaza de la Virgen. Era el sábado de Corpus y las rocas estaban expuestas, alineadas frente a la Basílica ordenadamente; toda esa fantasmagoría rodante y algo ingenua de animales imposibles y escenas más que dudosas. Aprovechando las rampas de madera por las que habían bajado las mismas rocas al centro de la plaza, me deslicé hasta alcanzarlo, ese espacio central y mítico siempre vedado por tres escalones. Sin prisa ninguna, curioseé los artefactos uno a uno sin descabalgar o echando el pie a tierra de tanto en tanto, leí piadosas y fechadas inscripciones, sorteé los escasos turistas que miraban extrañados la exposición, con cara de dudar sobre la permanencia o transitoriedad del variopinto museo. Y después salí de allí, enfocando de nuevo Cavallers. A cierta altura de la calle, apenas veinte metros tras dejar la plaza, es cuando ocurrió todo. Justo cuando acababa de sobrepasarlo, un músico ambulante situado junto a la valla que guarda los jardines de la Generalitat empezó a tocar un violín eléctrico. No sé porqué me di la vuelta. Era una melodía extraña, vieja, quizás improvisada. Melancólica y lánguida, lenta y armoniosa, algo que reconoces sin duda alguna y a lo que con la misma certeza sabes que nunca podrás dar nombre sencillamente porque nunca lo supiste. Me quedé mirándolo a unos metros. El sonido raro y metálico del instrumento mezclaba la pureza del violín con el sinsentido contradictorio del amplificador, creando una atmósfera de irrealidad que pocas veces he sentido. Entonces levanté la vista. Frente a mí, la Basílica y las rocas formaban un todo indisoluble: águilas floridas, ángeles triunfales, diablos rampantes, brazos detenidos en el aire, barras catalanas, hornacinas absurdas, flamígeras espadas, dragones ilustrados, vetustos tapices, griales, palomas, capiteles, tejas, cielos. El inmenso toldo que cubre la plaza se agitaba por el viento, creando sobre la fachada una rápida e inacabable sucesión de luces y sombras. Nubes cuajadas de agua de primavera corrían con fuerza y el sol jugaba con ellas. No sé qué fue. Quizás la hora primera de la tarde, ese momento algo irreal en el que el día pugna consigo mismo para no empezar a caer. La conjunción de una escena delirante con un instante de ánimo muy concreto, la música irrepetible, estos días extraños, una atmósfera de ensueño, quizás sólo eso, el rastro de un sueño.

3 comentaris:

diafebus ha dit...

Pasejar en vosté per la ciutat, reviure-la paraula per paraula, enviscar-se en la mirada que fluix i discrimina, tan aristócrata, tan de sempre, és un plaer.

Anònim ha dit...

que bueno.

BT

Naumaquia ha dit...

"Nubes cuajadas de agua de primavera corrían con fuerza y el sol jugaba con ellas."

Qué chulo...