dimarts, de gener 05, 2010

MAGIA


Compramos la carta el otro día, pero hasta hoy no la ha pasado a limpio. Es una de esas cartas llenas de renglones vacíos -y que siempre serán pocos- y que ya lleva impreso el pomposo encabezamiento: Queridos Reyes Magos..., junto a unos dibujos que abundan en los conocidos tópicos: regias y sonrientes testas, anunciadoras estrellas, camellos, y que viene acompañada de un sobre ya franqueado por un sello imposible y un destino también ya impreso y tan incierto como implacable, tan exótico como antiguo: Oriente.

Soy de los que se queja a menudo de la sobreabundancia en la que viven hoy en día muchos niños. Valoran poco o muy poco todo lo que les rodea, y además no hay escapatoria: si te plantas corres el riesgo de convertir a tu hijo en un paria, porque todo su entorno es así, y el niño nunca va a entender la diferencia como algo positivo, por mucha pedagogía que le eches a tus actos. Pero no debe ser bueno que en sus cumpleaños reciban quince regalos, que sus caprichos se consientan tantas veces por cansancio paterno, que tengan -como tienen- la percepción de que todo es inagotable, de que todo es reemplazable al instante y nada perecedero. Evidentemente tampoco se trata de darles el tostón con honduras fúnebres y austeras proclamas o realidades. Se trataría de encontrar un punto razonable entre la prosperidad general y la educación, entendida ésta más como un aprendizaje para los tiempos que han de llegarles -muy diferentes a sus presentes eternos de la infancia- que como la satisfacción instantánea y caprichosa, inapreciada por saturación.

Algo de todo eso ocurre en los niños de ahora con los Reyes Magos. Meses o semanas antes ven a lo lejos simplemente la posibilidad abiertamente egoísta o interesada de los regalos, la opción de volver a pedir sin tregua ni medida, un nuevo turno de cierta ofrenda a la que parece que los adultos estamos obligados. Pero cuando el día se acerca, algo cambia porque el mecanismo funciona de nuevo. El mecanismo no es otro que el de la magia. Y es el momento en el que insólitamente los regalos pasan a un segundo plano porque toma relevancia el acto en sí, la entrega teóricamente desinteresada y no pactada y que les rompe el esquema y el juego de estímulos y respuestas que tan bien han aprendido. El nerviosismo crece ante la magia, ante la extraordinaria posibilidad de que unos tipos todopoderosos y de aspecto inverosímil entren por la noche en casa -mientras duermen- y dejen a cambio de nada objetos codiciados como sólo un niño puede codiciar. Modesta y algo vasallamente se les enseña a agradecer de antemano el gesto con asimétricas ofrendas: paja para los camellos, agua, algún licor, puros (sólo los políticamente incorrectos), algo de comida...

Superada con éxito y por goleada un año más la lucha con Papá Noel -ese gordo infame-, la parafernalia excelsa de los Reyes Magos ayuda a preservar la magia antes de que lleguen las preguntas de unos niños que quizás crecen demasiado deprisa. La inocencia se desboca en las horas previas y la noche vuelve a aportar su componente atávico, el misterio se hace realidad que rige la vida y se entienden -al tiempo que no se entienden- ciertas actitudes de ciertos adultos a los que parece que, entre rezo y rezo, les falte una plomada.

En estas gloriosas horas previas, Laia ha perdido ya el componente generacional y algo resabiado para volver a ser la niña que cree sin fisuras en la magia. Secretamente he disfrutado viendo su esmero en la carta y en la caligrafía recién aprendida, su disgusto al equivocarse en alguna palabra (¿y si no lo entienden?), su nerviosismo indisimulable y creciente, su temor a despertarse durante la noche, su inconsciente y natural necesidad de creer, que acabará más pronto de lo que ella espera y de lo que yo deseo.

Tendremos cabalgata, larga vuelta a casa, cena indigerible, sueño que sólo por cansancio llegará, mi tradicional huída, el Mercado, ciertas calles, los amigos, la compra de los dulces y trastos complementarios, su cara indescriptible de asombro en la mañana, el joven corazón latiendo rápido y fuerte en su pecho de niña, el goce y el dolor del tiempo que corre imparable y desbocado -un caballo nocturno galopando en el mármol- siempre hacia adelante.

2 comentaris:

Anònim ha dit...

I la màgia sempre torna. Fins i tot molt després del dolor de la consciència i la freda visió de la tramoia. Ho creurà si li dic que encara vaig a la cavalcada dels reis mags en la família? El sortilegi de la tribu perviu, substiutix als arcans de l'infancia i instala un lligam si acàs més poderós. En la casa encara ens queden chiquets menuts, encara queden els iaios, encara la habitació de darrere del rellonge a on està prohibit entrar fins que no se'n hagen anat els reis i, escolteu? trobe que he sentit alguna cosa. Com dos demiurgs antics, com cabdalosos rius, abdos màgies confluixen en un sol moment de celebració del clan. Pasen els anys i ahí estem. En cara d'idiota si vols, tots junts, veent les barques aplegar al port. Obrint els paquets i muntant els joguets dels nanos. Si fora un atre dia mamprendria una diatriaba implacable contra bla, bla, bla... pero hui no tinc ànim més que de jugar en lo que m'han deixat els reis.

Diafebus

angresola ha dit...

Coda i colofó insuperable. Gran Diafebus. Gràcies.