divendres, d’abril 24, 2009

PRIMER RECUERDO DE ITALIA


Después de Niza, el tren retomó la marcha. Yo intenté disimular mi nerviosismo como pude y forcé una conversación que supongo inmensamente banal con mis dos compañeros de viaje. El paisaje no ofrecía demasiadas diferencias según avanzábamos, y el esplendor de la Costa Azul y del verano se mostraba intratable mirases donde mirases. Media hora después, alguien en el vagón dijo la palabra que yo hacía siglos esperaba: Ventimiglia. La perdida sensación de aquel instante quedó retratada para siempre por un joven de pelo largo y rubio que asomado a la ventana y dirigiéndose a todos y a nadie, gritó: "Ammirate il più bello paesaggio del mondo: siamo in Italia."

Siempre le agradeceré a aquel salvaje que volvía junto a su ruidosa tropa de arrasar Salou aquella inmodesta y espontánea bienvenida. Me dio el referente inolvidable -y probablemente perfecto- de un momento que un pudor absurdo por ocultar mi emoción no permitió que se quedase en mí más allá de esa anécdota.

Después San Remo, Bussana, San Lorenzo al Mare, Imperia. Una cartografía aprendida de memoria y que ahora contemplaba desde el tren. Y después Verona, al fin el pie a tierra, el albergue entre los árboles tan verdes y junto a la ciudad, las mochilas dejadas a toda prisa y que ya olían demasiado a comida y a calor, la ducha, el frescor tan agradecido del final de la tarde, la plaza con los frescos aquellos en lo alto medio deshechos por el tiempo y que tan grabados se han quedado en mí, las terrazas y la gente, la reconocida arquitectura de las fotos o los libros, los helados entre cigarro y cigarro, la sensación de plenitud o de felicidad tan intensa, y la bellísima joven aquella -belga o francesa- que antes de dormir, en el albergue, nos dio larga conversación y nos dejó clavados sus dientes tan perfectos y tan blancos en el cerebro y después -como actividad estrictamente mental- en la siempre inquieta entrepierna.


Ya que nunca volverás a ser joven como entonces,
pide a la música hoy que te devuelva a Verona,
y en cualquier esquina de esta triste ciudad
ponle un pendiente de plata a aquel lejano amor,
y olvida que perdiste otro cuerpo imposible.

Luis Antonio de Villena

dimarts, d’abril 14, 2009

PASQÜES



Estos quatre dies he omplit la casa d´amics, de mones, de música i paraules, de catxirulos i llonganisses de Pasqua, de dinars que s´han allargat durant vesprades de sol o de pluja. Ha hagut de tot. I ha estat com un homenatge a totes les Pasqües passades, a les humides plenes d´olors encara d´hivern -i racons secrets- i a les dorades pel sol des del matí a la matinada, insultantment vitals. Proclamacions variades de la primavera i a les que no vull ni puc renunciar.

Tinc units espais i dates d´una manera potser un tant insana. Fa ja molts anys, les Pasqües eren un temps que s´allargava fins a dotze o catorze dies. A la casa del Vedat estàvem tots: el meu avi es queixava de fred i mon pare apareixia amb la caixa aquella de magdalenes que es va instaurar com heterodoxa tradició d´eixes dates i que nosaltres assaltàvem furtivament i que ha esdevingut -tota la caixa- definitiva i particularment proustiana. Ara són quatre o cinc dies i dos els habitants fixos: Laia i jo. Les raons de les desercions són tan variades, comprensibles i humanes com la mateixa vida, que fa i desfà sense remei ni pietat, la molt puta.

Ni abans ni ara vam fer massa cas al supossat recolliment de les festes. De fet, la visió accidental per televisió de processons o improvisats martiris més que indiferència ens provocava un rebuig tan primari com autèntic. Vam ser educats en una Pasqua que íntegrament era una festa allunyada de tenebroses figures, de sinistres silencis o tambors, de penitències poc comprensibles. I sempre agrairé que les coses foren així.

Tinc també la sensació de que el meu cas no és poc comú. Tradicionalment, crec que la Pasqua valenciana ha estat, més que un catàleg de exhibides virtuts, una senzilla i inconscient voluntat de viure i homenatjar la vida que torna aprofitant un rerefons de pretesa religiositat. És més una imatge que evoca festives eixides al camp o a la platja, xiquets enlairant catxirulos o berenant entre rialles o mirades a la carn que desperta.

Per tot aixó, per les absències que mai tornaran i per la voluntat de continuar fent certes coses i de ser qui se és, he omplit la casa de gent, d´amors nous i vells, d´olors perduts i retrobats, de paisatges o hàbits reconeguts i irrenunciables. Tot i que bàsicament es tractava de que Laia ho passara d´allò més bé, crec que ha començat a fer i sentir algunes d´estes coses. La memòria és un necessari present que dona o pot donar sentit al futur.

dijous, d’abril 02, 2009

MEMORIAS ÓPTICAS


Más a menudo de lo que quisiera la visión de las cosas se emborrona un poco, las letras pierden algo de su nitidez y ciertos contornos parecen entrar en desbandada. Entonces sé que ha llegado el momento de volver a la óptica.

No fui un miope temprano. Quiero decir que no fui uno de esos niños que de un día para otro aparecían en clase con gafas para convertirse en objetivo y carnaza de sus compañeros. Aquellos niños apocados, a los que el necesario complemento alejaba definitivamente -salvo honrosas excepciones- del grupo de los más atrevidos o los más capullos, gente ésta que ostentaba sin duda ninguna el liderazgo inalcanzable y mítico de aquellos años.

También -en un paso más allá del dolor- estaban aquellos de lo que llamaban "el ojo vago". Tiernos infantes a los que, además del suplicio de las gafas, les caía el putadón de llevar una especie de parche en uno de sus ojos durante meses, durante años recuerdo incluso alguno. "Como un pirata", imagino que les dirían sus madres el primer día que los dejaban en la puerta del colegio de esa guisa, en un conmovedor y cariñoso intento de amortiguar el escarnio inminente que les esperaba y a los que la mística corsaria iba a servir de bien poco. "No te lo quites. Aunque se rían, ¿eh?". Y el caso es que no se lo quitaban. A pesar de la que les caía.

A mí la miopía sin corrección se me hizo insoportable alrededor de los catorce años. Como todos sabemos, una edad maravillosa y sin complejos ni bobería, definitivamente perfecta para que te arreen semejante artefacto. "Te las pones en el cine o en casa, para ver la tele", fue la frase piadosa de mi madre ante mi inicial y radical rechazo. Pero tampoco era cuestión de ir desconchando las esquinas o equivocándote continuamente de autobús. Y además yo no contaba con el placer ya casi olvidado de ver. El que lo ha probado lo sabe. Después de unos años achinando los ojos y viéndolo todo regular, llegó un día en una óptica en que me pusieron una especie de gafas de tortura a las que un señor iba añadiendo o quitando lentes en función de mis respuestas más o menos acertadas a la trampa proyectada en la pared. Cuando pareció que había dado con la cifra de mi ceguera, me invitó a salir a la calle y mirar a lo lejos cargado con tan horroroso instrumento. Lleno de vergüenza, levanté la vista y ví. Ví la plaza del Collado y me pareció Piccadilly Circus, ví la esquina de la Lonja en su perfección gótica, ví perfectamente las gárgolas y hasta me asusté, ví a la gente -mis semejantes, mis hermanos- con caras y ropas que me parecieron nuevas. Ví más cosas que el tipo de El Aleph.

Y desde entonces no he abandonado la causa. Pasé una larga temporada de lentillas -alternada con gafas en la intimidad-, destrocé mis ojos por abusar de ellas en los años salvajes, volví a las gafas a pecho descubierto, cambié de modelos que ahora lamento no haber conservado -para recordarme pero más para reírme-, sorteé la moda de la operación con láser por mi cerval terror a los facultativos, y ahora he vuelto a las lentillas de un día, que utilizo muy poco y que dejo caer en el váter con aristocrático gesto al acabar la sesión.

En la última visita a la óptica, ante mis preguntas sobre cierta y reciente lentitud de mi vista para adaptarse a los cambios rápidos de perspectiva, el óptico, pertrechado con su sanitaria y blanca bata, sonrió con suficiencia y me preguntó la edad. "Cuarenta", le dije. "Presbicia", contestó vacilón. "Me cago en tus muertos", pensé yo.

Conclusión: ahora además de miope tengo la vista cansada. Para compensar tanta ignominia visual, cuando salía de allí me acordé -otra vez- de mi abuelo. En muchas ópticas todo está revestido de tanta ridícula sofisticación, queriendo dar un aire entre hospital de lujo y moderna tienda de ropa, que no pude evitar recordar el día en que mi madre nos contó el origen de las gafas que mi abuelo llevaba. Las compraba en la plaza Redonda. Lejos de los lujosos expositores de ahora, por lo visto había un tipo que vendía gafas de manera más o menos ambulante. Dentro de una caja de cartón, el cliente buscaba y buscaba, y cuando creía haber encontrado las que quería llegaba la segunda parte. La definitiva. Imagino a mi abuelo dirigiéndose al vendedor: "¿Té vosté un diari per ahí?". Y aquél le acercaría un periódico ya algo mugriento. Y mi abuelo comprobaría que leía razonablemente, acordarían el precio y mi abuelo se volvería para casa con las gafas en el bolsillo de la camisa. Cuando mi madre nos contó esta historia, yo pensé y dije truculentamente que serían robadas. Algo escandalizada por su propio padre me desmintió enseguida: eran gafas de muertos. Definitivamente, eran otros tiempos.

dimecres, de març 25, 2009

RECAPITULACIÓN


Al borde de los cuarenta años uno se ve obligado a hacer un cierto repaso. Un poco de reojo, porque algo te obliga a no tomarte demasiado en serio ni a echarte demasiadas culpas. Instinto de supervivencia y necesidad de mirar principalmente hacia adelante, supongo.

Lo peor en todo caso -no se asusten: en esta parte seré breve- es cuando echas las cuentas. No las de lo vivido, que son sencillas: hasta cuarenta sabe contar cualquiera. Y a estas alturas todos sabemos o tenemos batallitas con las que dar la tabarra al personal. En realidad hablo de la incertidumbre del tiempo que vivirás en ciertas condiciones de plenitud física, de los años que están por venir y de los que ignoras casi todo. Y de los que las referencias que has ido recibiendo -familiares, amistosas, literarias, cinematográficas, hasta vecinales- te anticipan tantas cosas buenas como malas. Incluso muy buenas y muy malas. Una especie de ciega lotería y a la que no recuerdas haber pedido jugar. Aunque quizás el mismo hecho de participar sea el inevitable premio por haber llegado hasta aquí más o menos entero. Cuando eran veinte años los que cumplías, todo o casi todo estaba por hacer, y las referencias que habías recibido hasta entonces -familiares, amistosas, literarias, cinematográficas, hasta vecinales- eran, en el peor de los casos y salvo trágicas excepciones, regulares o directamente buenas. Una lotería casi siempre amañada a tu favor.

Versos y prosas son los modos que he elegido para defenderme de lo incierto. De la incertidumbre, incluso del miedo, me protegen las muchas formas del afecto o del amor que nos rodean y no siempre vemos. Eso es la lírica. La prosa se nutre de recuerdos irrenunciables y buenos propósitos para el futuro.

De los recuerdos hago más que una coraza un modo de ser con el que me muestro, algo que me da señas de identidad, públicos y secretos códigos de conducta o pertenencia que procuran cierta seguridad en este maravilloso absurdo. Una compañía bastante estimable por lo que pueda pasar.

En cuanto a los ingenuos y candorosos buenos propósitos que me asaltan a bayoneta estos días, están en primer lugar los de la inesquivable línea piadosa -por mortificantes- tipo fumar menos, beber menos, comer como una monja -pero de las flacas-, perder modernamente el tiempo en un gimnasio, etc, etc. Todos de dudoso cumplimiento. Aunque lo mejor probablemente sea la firme voluntad de no olvidar los beneficios que esta edad va aportando: una experiencia de las cosas que se traduce en una sorprendente capacidad para comprender y perdonar casi todo, una balsámica y bienvenida necesidad de sumar más que de restar. Ya pasada -o casi- la juvenil arrogancia, al empezar a entender que tu desvalimiento o tu debilidad es la de todos es cuando precisamente comienzas a entenderlo todo.

Porque irse haciendo algo mayor rodeado de gente querida -tus verdaderos compañeros de viaje- es quizás el mejor consuelo que tenga cumplir años.

dilluns, de març 16, 2009

DISCURS FALLER POLÍTICAMENT INCORRECTE (O COM QUEDAR MALAMENT AMB TOTS)


No suporte alguns fallers que porten el pit ple d´insígnies i medalles, que tallen carrers com si foren generals de divisió, que diuen per on has de passar i per on no, gaudint d´una autoritat que molt probablement -pobrets- no tinguen a casa...

Tampoc puc amb certs excesos més que evidents de la festa, i que acaben per sumar una casuística quasi infinita: la multiactivitat obligada dels casals i dels seus guardians, certa insolència d´alguns fallers cap als que no volen saber res de les falles, la multiplicació hipertrofiada de les carpes, la presència més que exagerada de l´ofrena de flors, un acte de tall més propi del anys del nacionalcatolicisme -quan es va instaurar- i que ha esdevingut l´acte central tot i la seua inessència fallera absoluta.

Amb tot i això, a mi m´agraden les falles. No sé molt bé si és perque no puc deslligar el record de molts anys de passar-ho realment bé amb el present, quan tens la molt humana temptació de mirar la realitat pel filtre de lo viscut, que tot ho perdona.

Continuen agradant-me algunes hores de certes vesprades, quan pots passejar per carrers insòlitament sense trànsit, entre gent que va d´ací cap a allà amb una extranya calma i entre la remor de coets d´un nivell de soroll -diguem- raonable. I té ademés certa emoció. Perque tot pot trencar-se quan un fill de puta fa estallar al teu costat un masclet que et deixarà sord per a unes hores...

I m´agrada molt l´ànima tan pagana de la festa, amagada com un tresor davall de tantes tonteries. I la joventut real -la que envolta els vint anys- escampant-se per tots els barris i racons de la ciutat sense treva. De dia i de nit, amb el mocador al coll, amb estimulants variats, omplint carrers com un exèrcit incansable d´una nova i periòdica Babilònia sensual, passant de les fosques discoteques als espais lliures de les places i vivint -perque els correspon i d´alguna manera ho saben- el seu somni de joventut i de llibertat, el somni i la realitat d´un any que eternament es renova.

Jo eixiré un parell de nits -i gràcies- perque el cos i les circumstàncies no donen per a més. Passejaré alguna vesprada i alguna ressaca. La mascletà la voré de lluny perque les multituts m´agobien prou des de fa uns anys. Tindré amb els amics el ja tradicional dinar a la platja. M´invadirà de segur a parts iguals l´avorriment i l´alegria de tornar a viure dies com estos. Una coneguda sensació tèrmica em donarà l´avanç del estiu. Però segur que el sentiment més present tornarà a ser l´enveja i el goig de vore tanta gent nova que repetirà, creguent-se els descobridors del món, la benvinguda que fem alguns valencians, des de fa unes quantes generacions, a la primavera i a la vida. Dues coses que són, en essència, una.

dilluns, de març 09, 2009

NOU COS MORTAL


Leicester Square, Victoria, Aldgate, Richmond,
Green Park, Westminster, Edware Road, Old Street,
Covent Garden, Earl´s Court, Camden Town,
Hampstead, Hammersmith, Russell Square,
Charing Cross, Stratford, Leyton, Lambeth North,
Knightsbridge, Baker Street, Blackfriars,
Landbroke Grove, Borough, Embankment,
West Kensington, Wood Lane, Regent´s Park,
Piccadilly Circus, Holborn, Cannon Street, Euston,
Fulham Broadway, Tower Hill, Hanger Lane,
Paddington, Goodge Street, Tottenham Court Road,
Notting Hill Gate, Mornington Crescent, Marylebone,
Mansion House, Holland Park, East Acton, Barbican,
Marble Arch, St John´s Wood, Gloucester Road,
Putney Bridge, Shepherd´s Bush, Oxford Circus,
Liverpool Street, Bayswater, London Bridge,
Queensbury, Lancaster Gate, Great Portland Street.


And the Sun in Splendour, at Portobello Road.



dimecres, de març 04, 2009

INVENTARI


Una casa càlida, menuda i a bon preu de lloguer, la coneguda cerimònia de la música, l´extrany costum d´escurar només acabar de sopar, una nevera mig plena, algunes dotzenes de llibres provinents d´una biblioteca dispersa: metàfora potser de mi mateix.

També un cert reconegut desordre de roba: uns pantalons pengen, com derrotats, per la part de darrere del sofà, les camises usades s´acumulen en espera del pròxim cargament amb destinació materna, la rentadora manté la boca oberta com un avorrit i eternament badallant dipòsit de roba bruta, també en espera d´omplir-se i girar un milió de voltes.

La televisió sempre en marxa encara que siga sense volum: una animada i muda companyia. El pitjor de viure a soles és arribar a casa, tancar la porta darrere de tú, i tindre la sensació de que no tornaràs a parlar amb ningú fins el dia següent. Al principi era molt dur. I no sols per certes absències. Al cap dels mesos eixa sensació -sense desaparèixer del tot- va esvaint-se amablement. Com no imaginaves que ho faria. En qualsevol cas, el recurs del telèfon sempre està. Igual que està a l´altra banda tanta gent volguda, tants bons records i tantes coses que tenen que arribar. Coses que estan dins de mi i que són l´únic i millor patrimoni inexpugnable que pot tindre o desitjar un home.

Des de les finestres puc vore, a les hores més altes de la solitària matinada, una llum de neó verd parpellejant incansable. Tot un tòpic, sí, ja ho sé. Com en les millors pel·lícules americanes.